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—Eres el amor de mi vida Andrea

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—Eres el amor de mi vida Andrea... no hay zanahoria más hermosa que tú y...

¿Perdona?, ¿Zanahoria?, ¡Vete al cuerno guaperas!

«Toc, toc, toc»

—¡Arriba Andrea o llegarás tarde! —La voz de mi madre hizo que abriera los ojos y vislumbrara el poster gigante del tío bueno que tenía colgado en la pared y con el que suponía que estaba soñando. Un sueño... solo era un sueño, pero hasta mis mejores sueños ahora eran pesadillas por culpa de ese cretino innombrable.

«Maldito engendro del demonio... ¡Le mataré!» pensé dando un manotazo en el colchón y levantándome del mal humor para iniciar mi infernal día.

Mi vida era perfecta, de hecho podría subrayarla de idílica. Siempre se me han dado bien los estudios y he sacado buenas notas, me fascina la danza y doy clases de ballet desde los cuatro años, adoro a mis dos mejores amigas; Lourdes y Vanessa, las cuáles no solo comparten conmigo el instituto sino el baile y somos inseparable. Todo era perfecto hasta que ese imbécil vino a amargarme la existencia por completo como si fuera su entretenimiento y lo peor de todo es que no podía eliminarle con un simple chasquido de dedos porque para mi desgracia vivíamos bajo el mismo techo.

Me levanté de la cama maldiciendo que hasta mis ensoñaciones ahora dejaran de serlo por ese idiota y fui tumbos por la falta de sueño hasta el baño. Recordaba haberme acostado tarde porque no dejaba de darle vueltas al mismo asunto; el comienzo de las clases. Puse la mano sobre el pomo de la puerta e intenté abrir, pero estaba cerrada. Resople... ese iba a ser el pan de cada día a partir de ahora el resto del curso puesto que debía compartir "mi baño" con el señor gomina. Así que me limité a golpear la madera, solo que no hubo respuesta.

—¡Sal de una maldita vez! —grité sin paciencia y golpeando más fuerte.

—¿Es que no te han enseñado educación, pelirroja? —contestó esa voz grave al otro lado de la puerta denotando que ya estaba dejando atrás la adolescencia.

«Pelirroja» De todos sus apodos ese era el más considerado.

—Más que a ti seguro —dije con malas pulgas.

—Andrea, no montes un drama. Tu hermano llegó ayer del campamento, así que dale tiempo para que se instale —intervino mi madre que debió escuchar mis gritos y resoplé.

—¡Que no es mi hermano! —bufé dando una patada en el suelo y volviéndome a mi habitación.

Si había algo que odiaba más que a ese idiota con musculitos de poca monta, era que mi madre le defendiera por ser el hijo de su marido y por no tener madre. —Me compadecí de ese hecho hasta que soltó que le recordaba a "Pipi calzaslargas"—. ¿Qué creía?, ¿Qué por haberse casado de nuevo ya seríamos una familia feliz? Va a ser que no. Y no fue porque yo no lo intentara al principio...

Es cierto que desde pequeña he sido algo neurótica y alocada, pero la culpa no es mía... puedo culpar a mi "familia desestructurada" ¿Para que asumir las culpas cuando le puedes echar el muerto a otro?

A los seis años mis padres se divorciaron, básicamente porque mi padre estaba más tiempo en la cama de otra mujer que en la de mi madre y cuando ésta comprendió que la cosa no iba a cambiar, le dio la patada "literal" para que se largara de casa, así que básicamente he pasado toda mi vida solo con mi progenitora puesto que lo único que recibo por parte de él son dos llamadas al año para felicitarme en navidad y por mi cumpleaños.

«Al menos paga mis estudios» Si es que hay algo bueno que decir de Scott.

No culpé a mamá de buscar el amor en otra parte, de hecho, tardó unos cuantos años en intentarlo siquiera y lo cierto es que llegué a creer que jamás conseguiría fiarse de otro hombre dada la experiencia con papá, pero en Paul encontró a su alma gemela y ¿Quién era yo para privarle tal felicidad? Aunque su dicha solo fuera mi propia desgracia ajena.

Paul era un hombre que rozaba los cincuenta. Un empresario de negocios siempre trajeado que se desvivía por complacer a mi madre y por consecuencia a mi también, de hecho, me parecía el hombre ideal para ella, de no ser por el demonio de hijo que arrastraba a sus hombros.

«Si el odio tuviera una definición en mi vocabulario se llamaría Joan»

Apestoso niñato engreído de los mil demonios que no se estrellara contra un árbol para quedarse cojo de por vida.

«Y eso solo es un rasguño para lo que le deseo a ese imbécil redomado»

¿He dicho ya que le odio? Igual odio es una palabra bonita para lo que siento por ese engendro con patas.

«Encima, para mi humilde desgracia; ni es feo, ni bajito, ni debilucho, ni ningún defecto con el que insultarle más que petulante, creído y misógino"» ¡Joder!, ¡El maldito ni siquiera usaba gafas!

¡Dios!, ¿Por qué a mi? ¡Si yo he sido una persona buena toda mi vida que ni siquiera le hago daño a una mosca!

Un año... un año conviviendo con ese engendro maldito sacado de la revista super-pop y estaba al borde del suicidio, por suerte había pasado todo el verano fuera, en un campamento de futbol en Ámsterdam y me había librado de su compañía.

«Sesenta días de paz mental»

Aunque lo peor no era convivir en casa con él, después de todo pasaba bastantes fines de semana con sus abuelos maternos e intentaba pasar desapercibido en casa para que no le llamara la atención su padre, ya que Joan no era el mejor estudiante del mundo y sus notas siempre habían sido bastante justas, de hecho pasaba de curso rozando el límite y solo era capaz de sacar sobresaliente en actividades físicas, pero destacaba tanto en los deportes, que un club privado le había fichado para que jugase en su equipo el próximo año al mismo tiempo que iba a la Universidad, de ahí que se hubiera ido todo el verano a practicar futbol. aunque todo lo que evitaba decirme en casa, lo soltaba sin miramientos en el instituto. No se si su intención era hacerse el guay, pero desde luego había funcionado porque Joan se había convertido en uno de los chicos más populares del instituto y había convertido los largos pasillos en mi tortura particular.

«Maldito seas Joan. Maldito sea el día en que apareciste»



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Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora