—¿No podía otro hacerles relevo por una noche? —pregunté incrédula.

Me molestaba cuando una persona se veía tan cansada y no podía hacer algo tan simple y humano como descansar.

Bueno, no eran humanos, pero igual.

Mike negó con la cabeza y soltó una carcajada.

—Sabes que Theo no dejaría a cualquier hombre a cargo de su princesa. Nos hemos turnado entre los tres.

Su princesa.

Rodeé los ojos y miré alrededor. Había guerreros patrullando ciertas zonas del límite del claro.

—¿Por qué no nos fuimos en seguida en el helicóptero a Atanea? —indagué mientras me frotaba los brazos por el frío aire de la mañana.

—El Consejo tomó la responsabilidad de llevarte al reino. —Sus grandes ojos avellana  brillaron con orgullo—. Lo harán en cuánto sepan que es seguro volar en helicóptero contigo. No quieren arriesgarse después de lo que pasó con  el avión. —Se escogió de hombros—. Primero se llevaron al rehén a la prisión de Atanea para tantear terreno aéreo. Y según dicen, el helicóptero debería volver hoy por ti.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar la sangrienta escena de ayer. La imagen de todos esos cuerpos de lumbianos sin vida de seguro sería algo que me perseguiría por siempre en forma de pesadillas. O todos los cuerpos sin vida que ya había visto hasta entonces en un tiempo tan corto.

—Esto me sigue pareciendo increíble —comenté, negando con la cabeza y soltando un suspiro—. Todo esto. La guerra, el peligro, las muertes... Todo es por un maldito poder.

—Un poder que podría destrozar muchos reinos inocentes y causar aún más muertes en manos de los lumbianos —me recordó Mike, elevando sus cejas.

—Lo sé —gruñí—. ¿Dónde está Theo? —pregunté de repente.

Sentía la necesidad de verlo. La ansiedad de llegar pronto a Atanea y la nostalgia de extrañar a mi familia se hacían peor cuando no estaba con él. Siempre me sentía más segura a su lado. Era un poco dependiente de mi parte, pero vamos, no me iba a juzgar dentro del infierno en el que estaba metida.

—Debería hacerte volver a esa camilla para que descanses, pero... —Mike torció la boca.

—Pero ¿qué?

—Estoy seguro de que él se muere por verte —admitió, soltando una risita—. Está allá atrás, detrás de los árboles, en el borde de la laguna. No ha podido dormir sabiendo que estamos rodeados de lumbianos y que estás indefensa aquí. Suspira por ti.

Eso tenía sentido para Theo. Siempre sobreprotector, cumpliendo su misión al máximo. Incluso si eso significaba no dormir o comer o cumplir cualquier necesidad básica.

Mi corazón se encogió al pensar en todo lo cansado que debía estar.

—No inventes cosas de telenovela —me reí y giré para encaminarme.

Detrás de unos pinos, un sendero se abría paso a la enorme laguna. Los primeros rayos de sol llegaban a la superficie, haciendo brillar pequeños destellos en la primera capa del agua. No soplaba una gota de viento. La hierba alta me llegaba a las rodillas. Vi una familia de patitos siguiendo a la mamá pata para dirigirse a la laguna en busca del primer baño del día.

Todo parecía estar en calma. Pero la realidad era totalmente diferente. En los alrededores de ese claro, y también en otros lugares, se estaban produciendo muertes y más muertes. Aquello me aterraba de una forma que no alcanzaba a explicar.

Atanea I: Heredera doradaOnde as histórias ganham vida. Descobre agora