IV

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Capítulo 4:
El despertar

Theo me dio un repaso de reojo. Fruncía el ceño. Noté que meditaba, supongo que no sabía por dónde empezar la larga explicación que me debía.

Su piel se veía lisa en la penumbra. Las largas pestañas oscuras entornaban sus ojos medios verdes, los que se iluminaban a ratos por las luces públicas que dejábamos atrás.

Mientras esperaba su respuesta, lo observé al detalle; sus manos eran grandes y proporcionadas. Ya no llevaba puesta la chaqueta, sino una camiseta negra que dejaba en descubierto sus brazos musculosos. Parecía un actor de una película de acción.

A su lado me sentía algo así como la víctima indefensa de "misión imposible" o "búsqueda implacable".

—Será mejor que comience explicándote de dónde vienes. —Tomó una bocanada de aire—. No, tu familia materna no proviene de Galveng, ni de ningún lugar cercano.

Entorné los ojos y no dije nada para darle una oportunidad.

—En el mundo existe una especie de... otra dimensión. Son extensiones de la Tierra. —Pronunció esas palabras con cautela—. Las extensiones no son visibles para los humanos comunes y corrientes. Tú y yo somos una especie de...

¡¿Qué carajo?!

—Para —interrumpí—. ¿De qué hablas? ¿Por qué dices somos?

—Sí, somos —insistió y me lanzó una mirada dura para que lo dejara hablar—. Te estaba explicando que puedes catalogarnos como una especie más que humana. —Abrí la boca, pero continuó—: Podemos ver y estar en lugares que otras personas no, podemos pasar a las extensiones. Llamamos a nuestra especie hummons. ¿Entendido?

Mi boca moduló en silencio: qué demonios.

Le faltaba un tornillo. No, le faltaban varios.

—Somos similares a los humanos —siguió—, pero con mejores habilidades. Además de vivir en las extensiones, corremos más rápido, somos más fuertes, tenemos mejor vista, escuchamos mejor, depende de lo que desarrolles...

Con cada palabra que salía de su boca, la sensación de que estaba en un sueño aumentaba. No, no en un sueño, en una pesadilla.

—Espera, basta —volví a interceptarlo con la palma de la mano alzada. El tipo estaba enfermo—. Yo no puedo ser de esas cosas que tú dices, homun, mutante o lo que sea.

—Es hummons —corrigió y lo ignoré.

—Yo soy muy normal —proseguí, con el corazón golpeándome el pecho—. Corro como todo el mundo, veo como todo el mundo, no tengo nada extraordinario. Soy como cualquiera, te has equivocado de chica —sugerí con la esperanza de que en verdad se estuviera equivocando o que esto fuese todo un mal sueño.

—Es porque no has desarrollado tus capacidades. —Volteó los ojos—. Esto no es un debate, deja de interrumpir. Tengo mucho que explicarte todavía. —Me dio una fugaz mirada significativa.

Oh, genial, todavía le quedaba locura por decir.

—Nuestra dimensión es muy parecida a la humana; hay jerarquía, animales, ciudades... La diferencia es que no hay países. Los hummons han mantenido palabras antiguas y para nosotros las divisiones territoriales se siguen llamando reinos.

Lo miraba fijamente cuando mi mandíbula cayó.

Reinos. Fantástico. ¿A qué hora despierta uno de estos sueños locos?

—¿Dices que vienes de otro mundo? ¡Estás chiflado! —refuté y me alejé todo lo que pude de él, pegándome a la puerta lentamente.

—No te confundas —replicó con un gruñido, ignorando mi insulto—, no es otro mundo, son extensiones de este mundo. —Se pasó una mano por la cara y la dejó caer en el manubrio—. Los hummons podemos traspasarlas. Son trece en todo el mundo, unas más grandes que otras. Cada extensión es un reino y cada reino puede tener un rey o un presidente, o ambos, al igual que en muchos países humanos.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora