Treinta y uno: Sigue andando

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—Casi me matas. —Ella no respondió, sino que continuó mirándome, como si no quisiera hablar. Era el tipo de cara que alguien ponía cuando debía dar malas noticias o decir algo desagradable. Sentía que las cosas no iban a volver a ser como antes—. Vas a quedarte, ¿Verdad?

Tragó saliva.

—Te dije que iba a irme.

—Sí, pero eso fue antes —me apresuré a contestar—. Ahora es diferente...

—¿Tú crees que voy a quedarme aquí porque ahora sí me quieres? —Su cuerpo se apartó unos centímetros y su rostro se escapó de entre mis manos. Sus rasgos se volvieron a endurecer, como siempre—. Este no es mi lugar, Marco. Tengo una familia, una hermana. Alguien tiene que... —se detuvo—. Sólo vine aquí para acabar el instituto.

Se incorporó mientras se acomodaba la camiseta que llevaba puesta, como si buscara algo que hacer para no mirarme.

—¿Cuándo te irás?

—Luego de la graduación.

Asentí con la mirada en el suelo. Aún faltaba como un mes para eso; y se sentía lejano, pero a la vez era un tiempo desesperantemente corto. No sabía si iría a volver a verla luego y tampoco podía confiar en que sabría más de ella si ni siquiera era capaz de cargar su teléfono cuando se marchaba unos días.

Traté de asimilarlo lo más rápido que pude porque sólo tenía treinta días con ella y no iba a desperdiciarlos pensando. Me incorporé vacilante para evitar que se marchara. Porque sabía que si me quedaba en silencio o me enojaba sin sentido con ella sólo haría que se fuera.

—¿Quieres salir a algún lado? —le pregunté—. Aún es temprano.

Ella me miró con aparente confusión, como si no se hubiera esperado que le dijera aquello.

—¿Salir?

Asentí de nuevo.

—Sí, salir —repetí—. Quiero salir contigo. Podemos tener una cena lujosa en KFC y luego ver algo gay como "Love, Simon" en el cine.

Farrah suspiró como si estuviera a punto de hacer un gran esfuerzo y se encaminó hacia mi armario para sacar el abrigo de piel sintética que yo le había robado a Lola hace algunos meses. Tenía un estampado de cebra y varios colores como el púrpura, el blanco y el celeste.

—Bueno, pero si voy a hacer ese sacrificio tú me pagarás todo.

Hizo amague de salir del cuarto, pero le pedí que aguardara y me dirigí hacia mi mesa de noche, donde tenía guardado el acta de matrimonio. Busqué un par de segundos entre los papeles pero no la encontré.

—Yo la tengo.

Alcé la cabeza para mirarla con la mano aún metida en el cajón.

—¿Qué?

—El acta. Pasé a buscarla el viernes por la noche, cuando tú estabas en la casa de Jordan. —Metió la mano en los bolsillos de la chaqueta y alzó los hombros un poco, probablemente sin darse cuenta. Yo no conocía a Farrah, pero de a poco había ido distinguiendo los gestos que hacía y ahora parecía estar volviendo a tensarse—. Está falsificada y no quería dejarte con algo así mientras yo no estaba. Me daba miedo que la presentaras en algún lado y te arrestaran.

Separé los labios por la sorpresa, aunque ni siquiera sabía por qué me estaba asombrando, si ya había dado por hecho todo eso.

—¿No nos casamos?

—Íbamos a hacerlo cuando te desmayaste. —La vi sonreír un poco, probablemente porque yo estaba abriendo la boca cada vez más—. Estuvimos toda la noche buscando una capilla que no nos pidiera sacar turno un día antes. En la madrugada ya no te podías ni mantener de pie y desistí. Me sentí mal por ti. Luego fuimos a tu habitación en el hotel y comimos nachos con queso hasta quedarnos dormidos.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora