Treinta: Termina con esto #2

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Fui a la casa de Jordan alrededor de las cinco de la tarde para que Lola pudiera acompañarnos. Se suponía que lo haríamos en la noche pero ni de broma me metería a una casa abandonada en ese horario. Prefería arriesgarme a que los vecinos llamaran a la policía.

Jordan nos abrió la puerta cuando llegamos a su casa. Llevaba un tazón con duraznos cortados en su mano, la camiseta manchada y el cabello revuelto, como si se hubiera levantado de una siesta hace un par de minutos.

Su casa era enorme. Mucho más que el apretado departamento en el que vivía con mi familia. Habían ventanales en el comedor y no era necesario encender la luz de la sala de estar porque la del sol iluminaba todo.

—Tenemos un árbol de duraznos en el patio trasero —me explicó entre balbuceos cuando se percató de que miraba las manchas de su camiseta. Se limpió una de las manos con la tela del pantalón algo nervioso y se movió a un lado para que pasáramos.

Si Jordan comía así de bestia las frutas no me sorprendía que siempre oliera tan dulce.

—Hola, gracias por no invitarme, hijo de puta —lo saludó Lola mientras entraba a su casa y se dirigía el fondo de la sala, donde la madre de Jordan se encontraba sentada mientras hacía algo en su computadora.

Alcancé a verla y no supe qué hacer.

—¿Es muy descarado si te beso delante de tu madre? —le pregunté al castaño.

Fui capaz de sentir su sonrisa, incluso aunque no estaba mirándolo, y su mano se deslizó por mi espalda con suavidad antes de que me dejara un beso en la mejilla. Me recargué unos segundos en él y cerré los ojos.

—Ya le he hablado de ti, pero trata de no ser tan descarado. Sigo enfermo y me mareo fácil.

Descansé mi mano un rato en su pecho para hacerle una caricia fugaz antes de separarme de él y mirarlo a los ojos.

—¿Vamos? —pregunté con la vista en su tazón de duraznos.

Él tomó otro trozo con la mano y se lo metió en la boca. Luego me lo ofreció a mí y decidí tomar uno en lo que la madre de Jordan se incorporaba de su asiento y se acercaba a nosotros.

Tenía el cabello metido en un rodete descuidado y los mismos ojos verdes que Jordan escondidos detrás de unas gafas.

—Marco, ¿Verdad? —Me tendió su mano y me la estrechó con una sonrisa, como si acabáramos de sellar un trato empresarial y ella estuviera a punto de ganar millones—. Mi nombre es Eliza ¿Cómo estás? —me dispuse a contestar cuando ella separó su mano de la mía y me volvió a sonreír antes de pasar a mi lado—. Iré con ustedes. No quiero que se separen mucho de mí ni que hagan estupideces. —Se volvió a mirarnos en advertencia—. A la primera que hagan, nos vamos.

—Mamá.

Jordan la miró incómodo y negó. Ella salió de la casa a paso rápido y los tres la seguimos como un grupo de pollitos desorientados.

Corrió la pequeña verja de la casa de Farrah y se sintió extraño verla hacerlo luego de ver a la pelirroja saltar por arriba de esta tantas veces. Se sentía mal. Como si fuera incorrecto. Nosotros no deberíamos estar allí, sino ella.

La vi agacharse frente a una maceta grande que estaba junto a la puerta y buscar algo debajo.

—Farrah me dejaba una llave —me explicó Jordan, ya sin el tazón en la mano, cruzado de brazos de una manera que me hacía pensar que buscaba abrazarse a si mismo—. A veces le ponía comida en la nevera o los libros del instituto sobre la mesa.

—Tú hacías un montón de cosas por ella, nene —comentó su madre mientras trataba con la llave y la cerradura. Pero más que reproche se oía como un intento de consuelo mezclado con lástima—. Espero que esté bien ahora.

Romeo, Marco y JulietaWhere stories live. Discover now