Ocho: No beses a otra

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No sabía qué pensar al respecto. De todos los sitios en los que podría encontrar a la pelirroja, con Jordan era lo último que me esperaba. Principalmente porque ella sabía los asquerosos sentimientos que tenía por él.

—Pásame con Farrah —le ordené tajante, sin cuestionar por qué Jordan estaba con su teléfono.

No quería saberlo.

Hubo un momento de silencio en el que sólo se oyó la música de fondo. Se oía fuerte y con eco, como si estuvieran en alguna fiesta, aunque no habían voces de otras personas.

—Está ocupada.

Me apoyé en el armario, abatido.

—Jordan, por el amor de Dios. Esto es de vida o muerte.

—Pero se está bañando.

—Ah, de acuerdo...¿Qué? —por un momento me congelé. Mamá golpeó la puerta de mi cuarto y me llamó, pero opté por ignorarla. Bueno, ahora sabía que no estaban en una fiesta— No quiero sonar como un esposo celópata —aunque eso era—, pero más te vale que no sea lo que yo estoy creyendo que es.

Quizá estuviera siendo descarado y él podría ofenderse o negarse a responderme... No, no podía. Era el novio de mi mejor amiga e iba a ganarse algunos puñetazos si acaso la estaba engañando. Entonces sí podrían decir que yo le dejé el ojo morado.

—Tú y Farrah me tienen en un muy mal concepto —fue su única respuesta. Pude imaginármelo alzando las cejas, como siempre que lo ofendían—. Es mi vecina y estamos por ir a beber algo.

—¿A las siete de la tarde? —sacudí la cabeza—. Necesito hablar con ella.

—¿Acaso quieres que entre al baño, corra la cortina y le de el teléfono, tarado?

Mamá volvió a llamarme.

—¡Que ya voy! —Caminé hasta mi escritorio y alcancé una hoja de papel—. A ver. Dime a dónde irán.

Farrah seguía en el Estado. Eso era una buena señal. Ahora debía atraparla antes de que volviera a desaparecer y pedirle todas las explicaciones que no me había dado en la semana.

Quizá yo también debería googlear un poco acerca del divorcio en Nevada antes de verla.

—¿Conoces 1020, el bar de universitarios? —preguntó y se ganó un resoplido de mi parte. Odiaba ese bar. Había ido el halloween pasado y lo único que conseguí fue que una chica disfrazada de catrina me regañara por usar una chaqueta de cuero. Luego, por supuesto, Lola entró en la discusión y acabaron peleando por la apropiación cultural y explotación de animales—. Comeremos y luego iremos allí. La hora feliz es a las diez. Trae a Lola.

Cerré los ojos e invoqué a mi autocontrol para no perder la paciencia. Esa mierda tenía toda la pinta de ser una cita doble y bajo ningún concepto me iba a rebajar a tal punto.

—Te veo allí —acabé por responder.

Lancé el teléfono a la cama y reprimí el impulso de darme la cara contra el armario. En su lugar, abrí la puerta y me encontré con mamá sentada en el suelo.

Llevaba el cabello detrás de la oreja y noté que estaba más corto de lo que recordaba, por sobre el hombro. Tenía la espalda apoyada en la pared y las piernas extendidas, porque el pasillo era lo suficientemente largo como para permitírselo.

—Siéntate conmigo —me ordenó.

La miré vacilante, pero cedí. Cuando me ubiqué a su lado, ella me dedicó una de esas miradas pesadas, que demandaban atención. Eran del mismo tipo que yo le dedicaba a Lola cuando le exigía que no se colgara de mis hombros.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora