Veinte: busca un amigo

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JORDAN

No se quedaron mucho más tiempo luego de eso.

Farrah dejó de llorar luego de un rato y permanecieron en silencio, con la cabeza de ella descansando en su regazo hasta que se durmió, y Jordan creyó que lo mejor sería que se marcharan.

La pelirroja no dijo nada durante todo el viaje. Se limitó a recargarse contra la puerta del auto con la cabeza apoyada en la ventana para observar los postes de luz cada vez que pasaban junto a alguno.

Su chaqueta era lo suficiente abrigada como para que no tuviera frío en los brazos, pero desafortunadamente no alcanzaba a cubrirle las piernas y ella había llevado una falda, Así que no le sorprendió cuando a mitad de camino la vio estirar el abrigo y flexionar las piernas para meterlas por debajo.

Cuando se detuvo frente a su casa, Farrah quitó el seguro con la intención de bajarse, pero él habló antes de que lo hiciera.

—¿Quieres quedarte a dormir en mi casa? —preguntó, algo inseguro.

Ella pareció pensárselo y él esperó que dijera que sí, por lo menos en aquella ocasión, porque recordar lo que le había dicho sobre darle miedo quedarse dormida en su casa lo hacía sentirse terrible. Él jamás se había sentido de esa forma y le parecía completamente injusto que otra persona lo hiciera. No se lo merecía.

—Estás siendo condescendiente —fue su respuesta, como un reproche. No se veía enfadada, sino como si estuviera marcándole una falla.

Jordan arrugó la frente.

—No estoy siendo condescendiente —Pestañeó—. No sé qué significa.

Ella dejó de mirar hacia el frente para buscar los ojos de él, impasible.

—Es cuando tratas de hacer cosas amables por alguien porque lo consideras inferior y te da pena. —Subió los pies y los apoyó en el salpicadero, como si no pretendiera bajar del auto en lo pronto. Jordan no supo qué pensar al respecto ¿Quería irse o quería quedarse?—. Si yo comenzara a explicarte ahora lo que significa considerar a alguien inferior, estaría siendo condescendiente contigo. Porque asumo que no lo sabes.

El castaño aguardó un momento para intentar comprender a pesar de que ella ya le había dado un ejemplo y se preguntó de dónde habría aprendido ella eso. Y luego se cuestionó si el hecho de preguntárselo también era ser condescendiente.

Suspiró, abatido, se recargó en el respaldo y apoyó la mejilla en el cojín de su asiento para verla. Ella lo imitó.

Su cuerpo estaba curvado, con parte de la espalda y la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, las piernas flexionadas y las suelas de sus plataformas apoyadas en la puerta de la guantera. La falda escocesa que llevaba puesta se la había subido lo suficiente como para que se viera el pantalón corto que llevaba debajo.

Nunca se había puesto a pensarlo, pero con todo el cabello que tenía y la ropa que usaba, Farrah parecía haber salido de una película de los ochenta. Probablemente habría interpretado a la mala de turno.

—¿Qué me ves?

—Tu cara pecosa, zanahoria.

Ella soltó una risa.

—Me echarás un colchón en el suelo —le ordenó, y Jordan asintió.

***

Jordan se despertó unas horas más tarde.

Echó una ojeada a su alrededor y tomó su teléfono: eran las cuatro de la mañana. Se frotó los ojos con las manos y miró hacia el suelo, a Farrah echada en el colchón que le había dado. Se encontraba cubierta con frazadas, pero no dormía, sino que miraba algo en la pantalla de su teléfono.

Romeo, Marco y JulietaWhere stories live. Discover now