No sé a que estuviese jugando Cynthia o qué fuese lo que pretendía hacerme, pero fuese lo que fuese, estaba empezando a surtir efecto.

Escuché unas pisadas acercarse. Me giré y observé un tipo entrar a la tienda. Rubio, con pelo largo y estatura promedio. Un ciudadano más. El tipo se volteó y nos observó, a Cynthia y a mí, para luego perderse entre los estantes de comida.

Me giré nuevamente hacia la rubia sexy que jugaba Solitario en el mostrador y la observé por unos segundos. Se preguntarán qué observaba o qué pensaba, pero la verdad es que ni la observaba ni pensaba. Solo estaba parado ahí, frente a ella, tratando de detener el tiempo un segundo y guardar su imagen en mi mente para siempre.

Escuché el clic del ratón del computador y volví al presente. Caminé rodeando el mostrador y me coloqué justo detrás de Cynthia. O me ignoró o no le molesto mi presencia pero no se movió sino que continuó jugando. Continuó jugando mientras yo la observaba con mi rostro sobre su hombro.

Acababa de empezar una nueva partida de Solitario y estaba haciendo sus primeras jugadas. Observé cómo pensaba los movimientos con cuidado, percatándose del efecto que este causaría en la siguiente jugada. Pasó un largo rato y no movió ninguna carta. Levanté mi brazo y señalé la pantalla con mi índice, mostrándole una posibilidad.

—Solo puedes mover una carta más. Puedes mover el ocho de corazones al nueve de acá —tracé la trayectoria de la carta. Cynthia lo pensó un segundo y luego siguió mi indicación.

Giró su rostro hacia mí, quedando a pocos centímetros el uno del otro. Dos centímetros más y nuestras narices se tocarían. Me sonrió. Yo le sonreí. Observé sus pupilas dilatarse. Esas pupilas que se dilatan son las mismas que te delatan. Seguramente las mías estaban igual o peor de dilatadas.

Era el momento de…

—Me llevaré esto —dijo el cliente que hacía poco había entrado a la tienda. Llevaba una caja de cervezas y una de cigarros.

Cynthia y yo dirigimos nuestras miradas al rubio parado frente a nosotros, que nos sonreía, consciente de lo que había hecho.

Presioné la mandíbula. No porque nos haya interrumpido sino porque lo hizo a propósito y además, nos lo echaba en cara. Me lo echaba en cara. Y sé que lo sabía perfectamente. Sé que sabía que yo sabía que lo hizo a propósito. Y sé que no le importaba en absoluto.

Cynthia observo mi semblante endurecerse y me dio un apretón de manos por debajo del mostrador. Fue suficiente para que me calmara.

El rubio nos esperaba expectante, aun con su maldita sonrisa en el rostro. Nos observó a ambos unos segundos y luego posó su mirada en Cynthia.

—¿Y bien, linda? —le dijo a Cynthia, omitiendo mi presencia. El olor a alcohol salió disparado de su boca en cuanto la abrió. Estaba ebrio, para variar— ¿Sabes hacerlo o te enseño? —guiñó un ojo— Y no hablo de las cervezas, hablo de…

—Son quince noventa y cinco —lo interrumpí. El rubio ebrio se giró hacía a mí con semblante frío. Sus ojos, que ya comenzaban a ponerse rojos por el efecto del licor, me vieron fijamente.

—¿Acaso estaba hablando contigo? —preguntó impasible.

—Te dije lo que querías saber —respondí con voz tranquila. Según mi experiencia, era mejor responder con voz tranquila. Resultaba más amenazadora que un grito—. Ahora, paga o retírate.

—¿Quién te crees para hablarme así? —preguntó, cerrando las manos en un puño.

Observé a Cynthia de reojo, que nos miraba algo asustada. Me mantuve sereno aunque por dentro no sabía qué hacer. Me importaba un carajo si compraba o no, lo único que me importara era que dejara de hablarle así a Cynthia. Tenía que actuar y rápido.

Muriendo Por El Asesino ©Where stories live. Discover now