Capítulo 17: Prometo

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Raoul no estaba.

Al principio, al no encontrarle a simple vista, trató de no perder la calma. Sus ojos recorrieron todos los rincones de la estancia, esperando encontrarle agachado recogiendo algo del suelo, o escondido tras una de las columnas mientras limpiaba las baldosas. Pero minutos más tarde, comprendió que el rubio no aparecería aquella noche.

Se pasó horas preocupado, rezando para que la razón por la que su pesadilla personal no estaba trabajando junto a él fuera porque no quería verle la cara nunca más y no porque le había pasado algo. El simple pensamiento de que Raoul estuviera herido físicamente hacía que sus manos temblaran.

Su voz se quebró varias veces durante la actuación esa noche, y un total de tres vasos se le escurrieron de las manos mientras preparaba las copas detrás de la barra. Mimi observaba, sin poder decirle nada a su mejor amigo que le reconfortara.

Al final, después de una noche de perros, Agoney recurrió a lo último que le haría saber si Raoul estaba bien. Caminaba solo de vuelta casa cuando aumentó su capacidad de conectar con la mente del chico. Le sintió vivo, alegre, tranquilo. Dos segundos después, Raoul se percató de lo que Agoney estaba tratando de hacer e intentó hablarle telepáticamente.

Pero el moreno, sabiendo que no podría aguantar un rechazo o una explicación llena de excusas en esos momentos, volvió a disminuir la intensidad de la conexión al mínimo.

***

Los días sin Raoul eran más largos, más aburridos y más inciertos. Aún conservaba la esperanza de encontrarle limpiando botellas una noche cualquiera, aunque ya habían pasado dos semanas desde que no le veía.

No le iba bien.

No dormía, estaba débil aunque había empezado a tomar vitaminas, su cuerpo no era capaz de relajarse y su mente parecía en pausa constantemente. Estaba echando a perder el semestre, sus notas habían caído en picado y él era físicamente imposible de hacer nada para cambiarlo. A menudo perdía el control, y dejaba que la conexión con Raoul se incrementase hasta el máximo.

Así se encontraba esa noche, en la que noviembre amenazaba con su aire gélido y su lluvia a ratos. Se despidió de Ana y Mimi, que habían iniciado una relación llena de miedos pero también de ganas, y se estaban conociendo poco a poco. Eso le sonaba de algo.

Salió por la puerta lateral del local. Era noche cerrada, pero pudo reconocer a la perfección la silueta que se encontraba apoyada en la pared de enfrente.

— Cuánto tiempo, Ago.

— ¿Raoul?

El rubio dio un paso hacia él, y la luz de la única farola de la calle iluminó su rostro cansado.

— El mismo.

Agoney inspiró con fuerza y cerró los ojos. No quería llorar. Se percató entonces de que su mente estaba totalmente abierta para el chico que tenía delante, pero no hizo nada para cambiarlo.

— Estás hecho mierda — afirmó el rubio.

— Vaya, muchas gracias.

El chico rió, aunque su risa fue amarga y cínica.

— No eres el único, no te preocupes.

Agoney le miró. También parecía cansado, como si llevara el peso del mundo encima de sus hombros.

— Te... Te marchaste. Desapareciste.

— Era lo que querías, ¿no?

— Ni yo mismo sé lo que quiero.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora