Capítulo 5: Just dance

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El despertador de Agoney sonó cuando apenas llevaba 3 horas durmiendo. Era sábado y no tenía clases, pero sí trabajo en la clínica. Amaia se había negado rotundamente cuando le pidió trabajar también los sábados por la mañana, y tuvo que explicarle su precaria situación económica para que no contratase otra persona. La chica era un ángel que había caído del cielo solo para ayudarle, y él estaba profundamente convencido de ello.

Agoney conoció primero a Alfred, aunque Amaia entró en su vida poco después, ya que ambos eran un pack. Cuando estaba en primero de carrera, malviviendo con un trabajo en una gasolinera por las tardes y en el bar por las noches, el chico fue el único de toda su Facultad que se preocupó por él, y eso que era de cuarto curso. Coincidió con él en una práctica para alumnos de primero que los de cuarto tutorizaban y, al terminar la clase, se acercó a él para preguntarle qué le pasaba.

Y Agoney se acojonó.

Porque esa misma mañana le habían dicho que su perrita, Bambi, que había dejado atrás en Canarias, había muerto. Era ya muy mayor, así que lo esperaba, pero por otra parte le dolía en el alma no haber estado las últimas semanas de su vida junto a ella.

A Agoney le dio miedo que Alfred hubiera visto su dolor cuando ninguno de sus compañeros de clase, con los que convivía seis horas al día, no le habían notado nada. Horas más tarde, con un té caliente entre sus manos y en una cafetería acogedora, Agoney tuvo una conversación que le cambió la vida.

Alfred le habló de Amaia, su novia — que pronto se convertiría en su prometida ­—, una joven veterinaria que solo tenía un año más que él. Juntos planeaban montar una clínica cuando él terminase la carrera en unos meses. Algo sencillo, pequeño. Para empezar. Agoney no se imaginaba lo bonito que podía ser trabajar en lo que amaba junto a esa persona especial.

Por aquel entonces, Agoney tonteaba con un chico que estudiaba Hispánicas y se las daba de hetero, aunque no parecía muy hetero cuando tenía su polla en la boca. Sabía que no sería el definitivo, pero al menos pasaba el rato con él y no se frustraba sexualmente. El chaval odiaba los animales, así que Agoney evitaba hablar de ellos en su presencia, lo cual limitaba bastante sus temas de conversación. Hablaban poco y follaban mucho, y Agoney estaba totalmente de acuerdo con aquello. Cuando sus caminos se separaron definitivamente — Juan se fue de Erasmus a vivir la vida — lo que más le dolió al canario fue perder su polvo de reserva.

Pues bien, cuando Alfred le presentó a Amaia, Agoney no estaba preparado para lo que se le venía encima. Sonrió mientras se peinaba esos rizos indomables con gomina, a la vez que recordaba aquella situación tan... especial.

— Dios mío.

— ¿Hola? ¿Te conozco?

Alfred se giró para ver a quién hablaba Agoney.

— ¡Amaia! Ven, siéntate. Este es Agoney, el chico de primero del que te hablé.

— ¡¿Este es Agoney?! — la mueca de asombro de Amaia comenzaba a poner nervioso al canario —. Pero chico, ¿qué cojones haces estudiando veterinaria?

— ¿Eh?

— Deberías ser modelo de Gucci, o Massimo Dutti, o... o... cualquier marca cara que explote a sus trabajadores. Tienes La Cara.

Y Agoney se atragantó con su propia saliva. Minutos más tarde, con la cara todavía roja del esfuerzo por toser y Alfred con el susto en el cuerpo, comprendió que lo que ocurría era, simplemente, que la chica no tenía filtro entre su cerebro y su boca.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora