Capítulo 16: Mis sueños

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Raoul regresó a casa cabizbajo, con la mirada puesta en sus zapatos, aún a riesgo de chocarse con cualquier persona o cosa que se cruzara en su camino. Se había acabado. Lo había intentado todo: había pedido disculpas, se había abierto en canal delante de personas que no conocía, había admitido su error. Lo único que no podía hacer era volver atrás en el tiempo y cambiar todo lo que había hecho, el lío en el que se había metido.

Meses atrás, habría considerado lo que acababa de hacer como una humillación. Ahora, solo estaba tan desesperado que quería arrancarse el pelo con sus propias manos. Intentó respirar hondo y relajarse, pero la rabia le consumió. La rabia hacia sí mismo por haber jodido algo tan bonito que estaba comenzando a tener forma, hacia Agoney por no confiar en él y darle una segunda oportunidad, hacia la situación tan complicada que ambos afrontaban. Tal vez solo eran dos personas hechas la una para la otra que se había conocido en el momento equivocado.

Conocedor de que no podía salir a correr y liberarse como acostumbraba a hacer, tomo una decisión.

— De perdidos, al río — murmuró para sí mismo.

Enfiló su calle con un gesto en la cara de tal seriedad que deformaba sus suaves facciones, y ni siquiera dejó que los latidos acelerados de su corazón le hicieran dudar. Abrió la puerta de su casa de un empujón, y caminó hasta el salón, donde encontró lo que buscaba. Su padre tomaba una cerveza sentado en el sofá, prestando atención a un partido de baloncesto entre dos equipos que Raoul no conocía.

— Papá.

No obtuvo respuesta, tanto solo un levantamiento del brazo derecho del aludido para que bajase el volumen.

— Padre.

— Joder, niño. Cállate, que estoy ocupado.

Empinó su cerveza, y el chico se preguntó qué clase de persona tenía por padre. La respuesta era fácil: un fracasado cuya única manera de ser feliz era arruinarle la vida a los demás. Y, en ese momento, se sintió completamente seguro de lo que iba a hacer. No iba a dejar que le arruinara la suya.

— Soy gay.

Silencio. Lo único que se oía de fondo eran los gritos emocionados del comentarista del partido, ya que por lo visto uno de los Lakers había metido un triple.

Su padre giró la cabeza lentamente hacia él. Cuando lo hubo encarado, Raoul se fijó en que tenía las fosas nasales dilatadas, agarraba la cerveza con más fuerza de la que era necesaria y su tono de piel estaba empezando a adquirir un color rosáceo que no auguraba nada bueno.

Una carcajada rompió el ambiente tenso de la habitación.

— Lo que me faltaba. Encima, maricón.

— Y otra cosa — su padre le miró como si fuera a asesinarle con sus propias manos, pero Raoul era un hombre que ya no tenía nada que perder —, dejo la carrera. Y el trabajo en el bar. Me han llamado para cantar en un restaurante lujoso.

Pocas habían sido las veces que Raoul había visto a su padre sin palabras, y estaba seguro de que nunca se le olvidaría la expresión descompuesta que portaba en esos momentos.

— Y una mierda, gilipollas. Tú no te vas a ir de aquí.

— Te recuerdo que soy mayor de edad, no he firmado un puto contrato porque eres un explotador y aún puedo cancelar la matrícula de la universidad. Soy libre, padre. Te guste o no.

— ¡FUERA DE AQUÍ! — rugió el hombre — No quiero volver a verte la cara en la vida.

Y Raoul sonrió. Qué bien se sentía la libertad. Sabía que tendría muchos problemas a corto plazo (como por ejemplo, dónde coño dormiría esa noche), pero también sabía que no se arrepentiría de nada.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora