Capítulo 11: Jóvenes eternamente

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En realidad, sonó más como: "Imbésil... Seguro que se pincha. Hulk de los cohones". Pero el caso es que Raoul estaba demasiado ocupado intentando recordar cómo se respiraba correctamente y no se dio cuenta del acento canario marcado de Agoney. Siempre había sido bastante expresivo, por lo que su cara le dio a entender al otro chico que algo sucedía. Algo que lo había dejado en shock.

El moreno rodeó la barra y se acercó a él con el ceño fruncido y las manos estiradas, aunque nunca llegó a tocarlo, porque Raoul dio un paso atrás. Agoney retrocedió, y una sombra de tristeza y decepción cruzó sus ojos por un segundo.

— ¿Estás bien?

— ¿Eh? Sí, sí. Bien.

"Y una mierda, rubito". Volvió a escuchar esa voz.

— Vale.

Raoul cogió otro vaso y trató de continuar con la tarea que antes desempeñaba, rezando para no romper nada y evitar llamar aún más la atención.

— ¿Y ese? ¿Lo conocías?

— ¿Quién?

— El chico que estaba aquí antes, hablando contigo. Digo, es que el bar está cerrado al público hasta dentro de una hora.

— ¡Ah! — El rubio enfocó su mirada en el suelo —. Es un camarero del pub de enfrente. Necesitaba jabón para limpiar los baños, que se les había acabado.

— Ya...

Se hizo el silencio entre los dos, y Agoney aprovechó para ordenar las botellas de alcohol, de espaldas al chico. Segundos más tarde, volvió a hablar.

— ¿Y tu número también lo necesitaba para limpiar los baños?

Raoul se atragantó con su propia saliva. Levanto la vista y clavó sus ojos color miel en el chico que ahora le miraba con vergüenza, como si no terminara de creer lo que acababa de salir de su boca.

— Sólo estaba siendo amable. De todas formas, no entiendo por qué te importa que tenga mi número porque, lo primero, no es asunto tuyo; y lo segundo, creo que tengo derecho a hacer amigos aquí.

Y Agoney, sin palabras y con un nudo en la garganta, forzó una sonrisa amarga. Asintió, dándole la razón, y continuó con su trabajo.

— Al menos podrías haber dejado una nota el otro día — fue Raoul quien habló esta vez.

— ¿Y qué querías que escribiera, Raoul? — el tono de voz del canario se elevó ligeramente — ¿Que me desperté y casi me da un puto ataque de ansiedad por sentirme bien por primera vez en años? ¿O que no recordaba cuándo fue la última vez que dormí sin preocupaciones?

Agoney tiró el trapo que tenía en su mano y salió de la barra con un bufido, dejando a Raoul con la boca abierta y una opresión en el pecho.

El padre de Raoul eligió ese momento para entrar en el bar, haciendo que todos los presentes se concentrase en su tarea sin decir una palabra. Los minutos se deslizaron lentamente para el rubio, que se sentía observado por su progenitor, hasta que los primeros clientes comenzaron a llenar el local.

Agoney subió a su tarima, ahora maquillado con una fuerte sombra de ojos negra y ataviado con unos pantalones que deberían ser ilegales, por la salud del catalán. Siguió el repertorio de siempre, ese mismo que reproducía como un autómata y no le hacía pensar. Sin embargo, no permitió a nadie bailar con él, y clavó su mirada en la pared del fondo durante todo el pase.

Raoul miró a la bailarina rubia que no conocía, pero parecía estar pendiente del chico en todo momento. Destacaba entre las demás por sus movimientos y su manera de hacer que todo pareciera fácil.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora