Capítulo 4: I'll be there for you

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— ¿Sí?

Raoul cerró los ojos cuando por fin escuchó su voz. Eran las 6 de la mañana y volvía a casa después de trabajar, con el sol comenzando a adivinarse en el cielo y el viento cálido de septiembre acariciándole la cara.

— Miriam...

— ¡Raoul! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¡Dios mío dime algo!

— ¡Lo haré si me dejas hablar! — sonrió el chico ­—. No ha pasado nada.

— Dime que no me estás llamando a las seis de la mañana para decirme que estás bien, porque te juro que cojo un tren a Madrid solo para darte una colleja.

— Que no, Miri... — susurró abatido — Ojalá te estuviera llamando para decirte que estoy bien.

La chica guardó silencio, le dejó espacio para ordenar sus pensamientos. Miriam era un cielo de persona. La había conocido hacía ya dos años, cuando ella se mudó a Barcelona para seguir formándose en la música. Coincidieron en una academia de canto y, aunque al principio chocaron por sus fuertes caracteres, pronto se volvieron inseparables porque eran demasiado parecidos como para no hacerlo.

— He conocido a un chico — comenzó —. Creo que es mi alma gemela.

Oyó una respiración entrecortada desde el otro lado de la línea.

— ¿Cómo que "creo"? Raoul, por Dios, eso se sabe.

— Es que... No sé. No es mi tipo. No quiere saber nada de mí. Me odia.

— Oye, oye... Para el carro. Has vuelto a pensar demasiado. Cuéntame lo que ha pasado.

— No sé, estoy como en una nube, Miriam. Entró al despacho de mi padre en el bar y de repente noté calambres en la muñeca y lo siguiente que vi fue un ala dibujada ahí. Y él mirándome fijamente. Y me cagué. Porque estaba mi padre delante, ¿sabes? — Raoul paró para coger aire —. Y ya sabes cómo es. Me habría echado del bar y no puedo permitirme eso ahora. Y luego mi padre se fue y él hizo como si no hubiera pasado nada, pero yo le enseñé mi marca porque vi la suya y se desmayó. Se desmayó, Miriam. Se me cayó encima.

La chica comenzó a reír a carcajadas.

— Lo siento, lobito. Es demasiado surrealista.

— Mi vida en general es surrealista. ¿No se me podían dar bien las matemáticas? Estudiaría una carrera normal y a vivir detrás de una mesa feliz y contento para siempre — Raoul subió las escaleras de la plazoleta en la que estaba el edificio en el que vivía su padre, y tuvo que apartarse porque una chica rubia y pequeña casi lo lleva por delante al salir corriendo del bloque de pisos de al lado ­—. Bueno, eso. Que tuve que cogerlo y cuando despertó y me preocupé por él empezó a decirme que todo era un error y que no me conocía de nada. ¡Y se piró! Y encima ahora mi padre lo ha puesto a trabajar conmigo en la barra como castigo porque el otro día se fue antes de terminar de cantar. Y... ¡me ha llamado hetero! Menudo subnormal.

Miriam seguía riéndose ante el tono indignado de Raoul. Cuando por fin pudo controlarse, comenzó a hablar.

— Ah, ¿él también canta? ­Pues no sé Raoul, no conozco de nada a ese chico pero parece totalmente tu alma gemela. Tal para cual.

Raoul resopló, sentado en las escaleras de su portal. Sabía que su padre estaría en casa y no quería arriesgarse a que oyera la conversación.

— No sé absolutamente nada de su vida, Miriam. No podemos encajar si no sé qué clase de persona es.

— No me vengas con gilipolleces. Eres un romántico y no vas a dejar de serlo ahora. Por cierto, ¿cómo se llama el chico?

Raoul cerró los ojos. Había evitado ese momento a toda costa: decir su nombre en voz alta. Lo había repetido mil veces en su cabeza a lo largo de la noche. Porque ese nombre le recordaba a música, a mar, a casa. Y no sabía por qué. No lo había escuchado en su vida, pero le parecía el nombre más bonito del mundo.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora