Capítulo 3: Born this way

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No era un secreto para cualquier persona cercana a Agoney que este tendía a ocultar sus emociones. Sin embargo, como consecuencia de ello, muchos pensaban que, simplemente, estaba de vuelta de todo. Lo cierto es que aquellos que le conocían bien sabían que Agoney era una de las personas más sensibles con las que jamás alguien podría hablar.

Por lo tanto, el chico era perfectamente capaz de detectar y clasificar cada emoción, para luego ponerse esa máscara que hacía que nada pudiera herirle. Era una estrategia tóxica, destructiva y que hacía daño tanto a los demás como a él mismo, pero la tenía tan ensayada que ya no era capaz de no usarla.

Por eso, cuando echó un vistazo a la estancia y vio a su jefe sentado tras un escritorio de madera ajado por el tiempo y en el que sólo ocupaban espacio una botella de whisky inglés y unas llaves que presumiblemente abrían la puerta del despacho, se limitó a dirigirle una sonrisa forzada, sin dientes.

Un nuevo pinchazo en su muñeca le obligó a mirar más allá del señor Vázquez. A su lado, casi confundiéndose entre las sombras, se adivinaba una figura masculina, pequeña y bien proporcionada. Agoney comenzó por los pies y fue subiendo la vista para encontrarse con unas piernas fuertes y torneadas protegidas por un pantalón negro. Un abdomen y pecho definidos, ocultos tras una camiseta blanca que le iba como un guante, y una chaqueta tejana demasiado grande para esos hombros delgados. Agoney tragó saliva antes de mirar a la cara a aquel chico, y jadeó cuando observó los ojos más bonitos que había visto en su vida. Eran enormes y tenían una forma triste, pero dentro de ellos se adivinaba la fuerza de su alma. Su color miel resaltaba en su tez pálida, al igual que sus labios rosas, que ahora estaban apretados en una fina línea.

El chico sujetaba su muñeca izquierda con la mano derecha, pasando el pulgar por encima de la cara interna una y otra vez. Fue entonces cuando sus miradas se cruzaron, y algo comprimió el pecho de Agoney. En su cabeza, una voz que nunca había escuchado repetía: tócalo, abrázalo, siéntelo. El tiempo se había parado, y Agoney estaba pensando que ojalá no tuviera cara de fumado en ese momento porque menuda impresión le iba a dar a su jefe, cuando se fijó bien en la expresión del chico. Y lo que leyó en ella hizo que volviese a la realidad en un segundo.

Miedo.

Miedo atroz, de ese que te recorre el cuerpo y te deja paralizado. De ese que produce vergüenza. De ese que intentas ocultar pero no puedes. Y supo en ese momento que el destino le había jodido.

— ¡Agoney! ¿Me estás escuchando? —chilló su jefe. El aludido desvió su mirada al chico una vez más y le vio temblar al escuchar su nombre— ¿Qué cojones quieres? Da igual, me viene bien que estés aquí. Ayer te fuiste diez minutos antes de que terminara tu turno. ¿Qué coño piensas que es esto? ¿Las Hermanitas de la Caridad?

Agoney atinó a responder con voz calmada:

— Ah, sí, sobre eso... Mimi tuvo un problema y me pidió ayuda. Además, me ha pedido que le comunique que no vendrá durante dos semanas.

­— ¿Quién coño es Mimi? Ah, la rubia esa... La bailarina. Joder, puta niñata. Se cree algo y no es nadie. Si sigue así se irá a su puta casa más pronto que tarde.

Agoney guardó silencio e intentó escuchar las constantes palabrotas de su jefe, pero su mente estaba en otro lugar. Sus ojos le traicionaron y se posaron de nuevo en el chico, que ahora se había llevado una mano a la boca y mordía sus uñas. Asqueroso.

— ¡Contéstame!

— ¿Qué?

— Te he preguntado que qué le ha pasado a la niña esa. Quiero saber el motivo por el que no vendrá para poder echarla en cuanto pise mi negocio.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora