Capítulo 7: Say my name

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Raoul estaba más nervioso que cuando cantó por primera vez delante de todo el colegio en la actuación de fin de curso en sexto de primaria. Por aquel entonces, solo su hermano conocía su pasión por la música, y le había prometido no decir nada a su familia. Y Álvaro era, sencillamente, el mejor hermano del mundo. Se estuvo callando durante semanas y, el día de la función, estaba allí, en primera fila, con los ojos llorosos y las manos rojas de tanto aplaudir.

Raoul recordaba ese día como épico. Por fin se había subido en un escenario, aunque las algunas de las tablas de madera del mismo chirriasen bajo su peso y varios focos estuvieran fundidos. Además, había cantado "No one", una de sus canciones favoritas Alicia Keys. Era una canción que por aquel entonces ya tenía años, pero Raoul nunca se cansaba de escucharla.

A partir de entonces, el chico se subió a muchos escenarios y, poco a poco, logró controlar sus nervios antes de cantar. Por eso le sorprendió tanto ese cosquilleo en el estómago, esa inquietud que le dificultaba la respiración. Hacía mucho tiempo que no la sentía.

En realidad, ya la había sentido el día anterior, cuando Agoney le cantó "Love on the brain". Porque se la había cantado a él, y Raoul tuvo que aguantar como un cabrón su mirada llena de deseo, aunque por dentro se estuviese muriendo de ganas de tirarse por encima la cubitera donde guardaban los hielos para preparar las copas.

Esa fue la razón por la que escogió "Say my name" como la primera canción de la noche. Sabía que era una canción lenta (la más lenta que cantaría ese día), pero también sabía que le quedaba bien. Bueno, eso era un eufemismo. La última vez que la había cantado delante de un chico habían terminado enredados en la cama de un motel a las afueras de Barcelona.

Así que, tal y como el moreno había hecho el día anterior, le cantó a él. Le miró mientras lo hacía y, por primera vez desde que conocía al canario, se sintió poderoso. Estaba a su merced. Elevó la comisura derecha de sus labios, dibujando una sonrisa torcida que volvería loco al mismísimo Papa. Le miró a los ojos, casi sin pestañear y pensó:

Ahora te jodes y te aguantas con el calentón.

Sabía a qué se debía ese cambio de actitud. La pasada noche le había dado su sudadera, le apetecía abrazarlo y cuidarlo mientras estuviera enfermo. Pero cuando llegó a su cama, exhausto después de trabajar el doble toda la noche, no conciliaba el sueño. No podía, aun sabiendo que Agoney era, probablemente, en ese momento una bola de gérmenes y mocos. Porque cerraba los ojos y le veía, cantando esa canción. Esa canción que decía que le encantaba hacerlo pedazos para luego recogerlo y empotrarlo contra un pared y que amaba cómo lo marcaba y lo follaba.

Y se sorprendió – o no tanto – a sí mismo deslizando una mano entre su ropa interior y su piel, agarrando su sexo. Fue brusco, rápido, frenético. Violento. Sus caderas empujaban hacia arriba, buscando más velocidad, más presión, más, más, más. Se mordía el labio superior mientras cogía aire ruidosamente por la nariz, y sus rodillas se flexionaron involuntariamente. Aunque se llevó la mano libre a la boca para evitar que saliera algún sonido, no pudo evitar soltar un jadeo cuando terminó, visualizando unos ojos marrones que le miraban intensamente.

Maldito cabrón.

Cuando recuperó la cordura, se felicitó mentalmente por haber cerrado la puerta de su habitación. Ni siquiera tuvo ánimos para levantarse al baño y limpiar la guarrada que tenía entre las piernas. Se dio la vuelta y se durmió al instante.

Y cuando a la mañana siguiente se levantó con otra erección, su buena voluntad por ayudar a Agoney había desaparecido en favor de rabia porque ejerciese ese poder sobre él.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora