Capítulo 9: All of the stars

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Agoney repasaba con el dedo pulgar el borde de la taza de Piolín, apoyado en la encimera de la cocina. Raoul descansaba sentado encima de la pequeña mesa de madera, con el rostro serio pero relajado, esperando que el otro chico iniciase la conversación.

El canario suspiró, levantando la mirada y encontrándose con esos ojos que lo traían loco. No sabía qué decir, y eso le frustraba. Una parte de él siempre había deseado ese momento: encontrar a su alma gemela y ser felices para siempre. Pero otra, la más racional, se daba cuenta de la improbabilidad de poder hallarla. Y quizás veintidos años fueron los suficientes para que Agoney tirase la toalla. No sabía cuál había sido el detonante de este hecho, aunque con toda seguridad simplemente fue un cúmulo de decepciones.

Con 7 años, se enteró de que sus padres no eran almas gemelas. Le restó importancia, pensando que el destino se había equivocado. Al fin y al cabo, estaban hechos el uno para el otro, ¿no?. Error.

Con 12 años, se dio cuenta de que fantaseaba con su primer beso, al igual que todos los niños de su clase, pero, a diferencia de ellos, él besaba en sus sueños a otro chico y no a una chica. Lo dejó pasar, pensando que nadie le rechazaría si encontraba a su alma gemela, aunque fuera de su mismo sexo. Error.

Con 16 años, descubrió a su padre besándose con otra mujer en el portal de casa, cuando volvía del cine con su primera novia. Se escondió y no dijo nada al respecto, muerto de miedo por si su familia se destruía. Error.

Con 17 años, tuvo su primera relación sexual con un chico. Asumió la insatisfacción como algo normal dentro del sexo. Error.

Con 18 años, salió con su primer novio. Confió en contarle todas y cada una de sus inseguridades, pensando que le apoyaría y animaría a seguir haciendo lo que amaba. Error.

Sí, Agoney cargaba con una larga lista de decepciones a su espalda. Y no quería vivir ninguna más. No cuando podía evitarlo. No cuando podía vivir así, sin ser plenamente feliz pero sin miedo a caer para siempre en un pozo del que nunca podría salir.

Suspiró de nuevo, pensando en el drama en el que su vida se había convertido. Añoraba a Mimi, y a su "fuera dramas, Agonías" cuando le veía cabizbajo. Pero pronto la vería: la granadina le había comentado que volvería en un par de días a Madrid.

— Pareces una muchacha suspirando porque su marido se acaba de ir a la guerra— susurró Raoul, lo suficientemente alto para que le oyera —. ¿Está bueno el café?

— Odio el café.

El catalán abrió los ojos desmesuradamente, incrédulo. Tardó dos segundos en soltar una carcajada fuerte, seca, pero llena de musicalidad. Y Agoney juró que estaba viendo un Dios. Era la primera vez que oía la risa del chico, que veía sus labios estirados en una sonrisa, y le pareció el sonido más bonito del mundo. Su marca quemó, y dirigió la vista a su muñeca.

— Tenía té, ¿sabes?

— Ahora ya da igual.

Raoul le hizo un gesto para que le acompañara al salón, donde se sentaron en el sofá, mirándose sin pestañear.

— Dijiste que no querías verte obligado a estar con alguien que no conoces de nada, ¿no? — Agoney asintió —. Bueno, lo que está claro es que tendremos que pasar bastante tiempo relativamente cerca a partir de ahora. Así que hagamos un intento por conocernos.

Al no obtener respuesta, Raoul resopló.

— ¿Te ha comido la lengua el gato?

— En realidad, un gato nunca haría eso. Todos los animales son nobles y ellos... — Al ver la cara de asombro del catalán, el chico frenó —. Da igual.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora