one more time

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El entierro de Frank es lo último. Jack y Lucy siguieron su vida a los pocos días; en el hotel, Allen le consiguió a su hermano el turno nocturno; el señor Black piensa en remodelar el lugar y promocionarlo. Hace veinte días que el alma Morrison condujo por la carretera lunar, y todos, incluso Gerard, lo ven partir.

Cuando Frank estuvo en rehabilitación, Gerard Way rentó un cuarto en el pueblo más cercano, y aunque no lo usó mucho, en estos instantes saca sus pertenencias y las sube a su auto, donde se reproduce un CD con la leyenda: "para mi futuro qué". Cada pira funeraria que cantan los labios de Morrison es una aguja en el corazón del pelirrojo, y si esta vez no va de camino al suicidio se debe a que con Mikey y Frank susurrándole a través de viento, no tiene las agallas de ir al fin de la noche también. Tiene que quedarse porque ellos necesitan un recuerdo, y Gerard es el único capaz.

Volverá a California, retomará su trabajo como profesor de Derecho y puede que incluso llame a Lindsey. Frank se lo dijo: "sigue tu vida, yo no lo valgo". Y sí lo valía, pero igual no lo logró. Así que mientras Light my fire bombea en el Audi, Way se prepara para dejar el Gran Cañón atrás. Sube con lentitud a su auto, el dolor en los pulmones. Cierra los ojos, respira, y avanza. Detiene el Audi más adelante, frente a una casona que fuma marihuana mientras está de luto. Cruzan miradas, la construcción casi emboza una sonrisa, Gerard le responde levemente, estirando una mano para tocar el timbre. Nadie abre. Vuelve a llamar: lo mismo. Aquí decide sacar su llave y entrar con cautela, su corazón se desemboca.

La sala está impecable, huele a limpia pisos, todo está ordenado. Gerard sube las escaleras; sabe que Lucy está viviendo ahí, y oler la lavanda le quema tanto como asimilar la estadía de esa perra en la casa de Linda Iero. Al llegar al segundo piso se encuentra el cuarto de la señora Iero abierto: ahora parece pertenecerle a Lucy, pues esas cobijas de mal gusto no podrían ser de la madre de Frank; Way sale con el estómago revuelto, camina con temor al cuarto del Junkie.

Está vacío.

¡Vacío! ¡No hay nada! ¡Ni ropa, ni discos, ni drogas! Es un mísero cuarto azul que ni siquiera respira. Y aquí, la promesa. Gerard se separa del marco con brusquedad, le cuesta respirar, siente el boxeador que tiene en el pecho golpear con más fuerza. Se desespera. Baja corriendo las escaleras y se planta en medio de la sala.

Un... dos... tres... cuatro... cinco... seis...

Saca su celular, marcar a Jack, la línea se ríe de él durante casi cinco segundos.

― ¿Gerard?

― ¿Qué le hicieron a las cosas de Frank?

―Hijo...

― ¡No me llames "hijo"!, ¿qué le hizo Lucy a las pertenencias de MI novio?― la respiración lo carcome, el constante ruido que hace el aparato amenaza con matarlo. El señor Black se queda en silencio varios segundos, sólo apuñalando a Gerard un poco más.

―Las tiró, lo siento. ―el pelirrojo ni se molesta en gritarle, cuelga como quien golpea en la cara. Respira, vamos, respira.

Puede romper todo a su alrededor e irse, pero la promesa, esa maldita y dulce promesa... Sube sin detener al boxeador de su pecho, la casona se queda en silencio, esperándolo pacientemente. Gerard va a la cajuela de su Audi, saca un bote de gasolina, vuelve a entrar y obliga al olor de la gasolina aplastar a la lavanda; rocía desde la entrada hasta el cuarto de Frank, con furia, conteniendo los setecientos gritos de ira, los trescientos de dolor y los dos mil odio.

C'mon baby light my fire, c'mon, bitch, feel my fucking fire― con lágrimas de Frank desbordando las copas esmeralda.

Es cuando el olor a gasolina le obstruye las fosas nasales que se detiene, suspira, cerrando los ojos; la gasolina canta una tragedia, sin embargo los oídos de Gerard la reciben como comedia.

Un paso... Recuerda los besos... Dos... Las sonrisas... Tres... Las caricias. Cruza la puerta... Cuando hacían el amor... Se detiene y se vuelve a la casa... Cuando se amaban... Saca un encendedor, lo alza sobre su rostro. Pudimos ser lo mejor juntos, pero tú... Suelta la llama, que ríe como Frank hacía, prende la gasolina, y como dosis de heroína, combustiona y explota. El teclado de Ray hace eco en los oídos de Gerard, quien sonríe, casi oyendo la voz de Frank cantar al unísono con Jim.

"You know that it would be untrue. You know that I would be a liar..."

Y en realidad no hay música, sólo el sonido de la madera prendiendo en llamas, comiendo todo aquello que Lucy ha llevado para invadir el spot de un drogadicto, ¡para invadir su pira funeraria! Mas eso ya no importa, las lágrimas de Iero deshacen las pertenencias de esa bruja; Gerard es el guardián que custodia la acción, y ha cumplido su promesa.

―C'mon baby let my fire― susurra, luego decide marcharse, se vuelve antes de subir a su Audi, la casa aprovecha para dedicarle otra sonrisa muerta. Gerard la corresponde.

hotel bella muerte |frerardDär berättelser lever. Upptäck nu