02 end of the night

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Es curioso, porque a cierta hora de la madrugada, los focos del hotel empiezan a cambiar de color, Frank está más que consiente que sólo es un efecto más de lo atrofiada que está su mente. Sus cansados ojos se cierran cada vez más, sin embargo, no puede conciliar el sueño. Las luces siguen danzando.

Voltea a ver su dosis diaria, notando que no queda absolutamente nada: ni heroína, ni marihuana... Y esta vez no ha cargado cocaína; entonces estira una mano, tomando el celular que yace durmiendo a un lado, con la música reproduciéndose. Tiene razón, pues pasan de las cuatro de la madrugada, así que no hay más hasta que llegue a casa, alrededor de las diez. Frank talla su rostro, ve sus manos cuando deja de tallar.

—Soy un desastre. — Se susurra, recargando su brazo en la mesa, viendo los múltiples piquetes de las agujas en sus brazos. Le sorprende que no luzcan tan horribles, y tiene que admitirlo, de no haber terminado en el hospital hace dos meses por sobredosis, posiblemente no hubiera atendido sus piquetes, y estarían tan horribles como en aquella película de Requiem for a Dream.

Con aburrimiento, Frank se deja caer en su silla, gira y luego se detiene frente a su reflejo, en la repisa de las llaves. Aunque está con tonalidades doradas, le permite ver su cabello revuelto y las enormes ojeras en sus ojos. El reflejo se ríe a carcajadas muertas, se levanta y lo encara, pues ahora es ese reflejo quien tiene el control.

— ¿Acaso no tienes Spotify para cambiar el artista, Junkie?— Aquella voz gangosa le saca de su lapso semi-reflexivo. Frank alza la mirada, se levanta para ver a aquel pelirrojo que alquiló una habitación hace unas horas.

Some are born to sweet delight, some are born to sweet delight...— Canta, viendo fijamente y sin expresión al pelirrojo. La chica que viene con él simplemente deja de sonreír, susurra que se larga al auto, el hombre rojo ya tampoco sonríe. —Some are born to the endless night, end of the night, end of the night...— Sonríe después, recargando sus codos en la mesa, queda en frente del pelirrojo y extiende una mano. —Gracias por escoger el Hotel Bella Muerte, esperamos verlo pronto.

—No te creas muy listo, Junkie.

—Hotel viejo, música vieja. — Refuta el castaño, recibiendo la llave.

—Existen más artistas que el estúpido Jim Morrison.

—Existen más hoteles que el estúpido Bella Muerte. — Frank quita su sonrisa, dejando de recargar su peso en el mostrador.

—Vaya que respondes más rápido cuando no estás metiéndote talco en las fosas nasales, viejo— el pelirrojo decide sonreír, Frank muerde sus labios.

—No te metas conmigo— gruñe, el pelirrojo recarga ambas manos en el mostrador, acercándose al drogadicto hasta quedar a un par de centímetros de su rostro. Las paredes comienzan a cuchichear.

—Seamos directos, tú no puedes hacer nada si yo me meto contigo, así como Jim Morrison no escribió ni un poema en toda su vida.— Susurra, su aliento de menta abofetea a Frank.

—No sabes lo que dices— gruñe, fijando su mirada en los ojos del hombre, son verdes, como dos pequeñas esmeraldas.

—Y tú lo que consumes— el pelirrojo se separa del mostrador, bajando la mirada al mismo― Spoonman* ejemplar, ¿no es así?— sube la mirada con diversión. Frank estira su mano, tomando con recelo la cuchara que yace en el mostrador.

—Solo lárgate. — el hombre saca su cartera, deposita cincuenta dólares en la mesa.

— ¿La tarifa sigue siendo la misma o hacen descuento por tener que verte la cara?— el drogadicto toma el billete con torpeza.

—Qué creativo— gruñe, depositado el papel en la caja registradora.

—Oye, yo no fui el que olvidó cobrar— ríe, dando media vuelta y saliendo del edificio —Ya volveré, Junkie. — Frank no dice nada, lo le ve irse a su auto, como fantasma, todo desde el ventanal.

Por un par de minutos, en lo que el Audi abandona el hotel, el ventanal retumba y la música moderna mata a los Doors, hasta que ese auto se larga.

—Odio que me digan Junkie, pendejo. — Gruñe para sí, bajando la mirada y sacando un cigarrillo. Si no son drogas fuertes, puede ser un barato tabaco...

*

Dan las nueve de la mañana, Frank yace acostado sobre el mostrador, en un ángulo de 90°, viendo a su compañero de trabajo acercarse, sonríe, irguiéndose en su altura cuando Allen se recarga en el mostrador.

—A veces en serio me pregunto cómo es que el señor Black no te ha despedido— el tatuado sonríe, pasando una mano por su rostro.

—Fácil, porque conocía a mi madre, y sabe lo mucho que necesito este trabajo— con lentitud, se separa del mostrador, tomando la bolsa donde tiene todas las sobras de su dosis de anoche, sale, dejando que Allen entre en el mismo.

—Pero trabajar drogado... ¿de verdad tanto aprecio te tiene el señor Black?— Frank se encoje de hombros.

—A Jack le gusta decir que combino con el hotel— sonríe torcido, Allen gira los ojos, dejando que se aleje.

Iero camina con lentitud a la parada del autobús, muerde sus labios, recargándose en un poste de luz que medita. Piensa en el pelirrojo de la noche anterior, recordando aquella nariz puntiaguda y ojos esmeraldas; era un adicto al sexo, una gama de orgasmos como piel, Frank se sonríe, apostando que aquella chica que le acompañaba era preciosa, y las mujeres así sólo andan con hombres buenos en el sexo y sugar daddys, quítenle diez gramos de cristal si no es así.

Su vista se clava en el otro lado de la carretera, donde la nada sonríe con sorna, ve a su derecha, viendo el hotel Bella Muerte saludarle con aburrimiento, con una pereza característica de él mismo. El tatuado relame sus labios, viendo un autobús pasar al lado del hotel, se apresura a levantar su mano, mira a la gran bestia con ruedas detenerse frente a él. Es el único medio que tiene para llegar a casa durante la próxima hora, ni siquiera sabe conducir. Al subir al autobús escucha a una anciana comentar pestes, aludiendo a su vestimenta, Frank voltea a verla, sonriendo.

— ¿Acaso va a darme dinero para que me vista mejor?— la vieja desvía la mirada al instante —Entonces no hable si no hará nada al respecto— gruñe Frank, desviando su mirada a la ventana. Talla su nariz, subiendo la mirada a sus brazos, que bastantes delgados le presumen todos los piquetes de las agujas. Piensa en su madre.

Y en lo desilusionada que estaría de verlo...

hotel bella muerte |frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora