Capítulo 9: Niebla negra

Magsimula sa umpisa
                                    

—Pide otra cosa—dijo sin dejar de mirarme.

Leo soltó una risa ronca.

—Bien, qué tal esto: muérete.

—Muy extremo—estuvo a punto de reírse con diversión—. Prefiero una opción diferente y más satisfactoria.

—¿Llevarte a Senix?

—Estoy seguro que nos divertiremos juntos.

Esta vez fui yo quien se rió sin bajar la guardia ante cualquier otro ataque que implicará madera volando por todos lados y esa espesa niebla oscura tan sofocante.

—¿Estás seguro?—levanté una ceja—, ¿te gusta el rey león? Si dices que no, entonces no nos divertiremos.

—Yo estaba pensando en otra cosa. Pero si lo prefieres, puedo hacer lo que desees con tal de que te sientas cómoda en mi compañía antes de que la reina haga contigo lo que quiera.

—¿Y si empiezas yéndote de vuelta a tu mundo para decirle a Erika Dark que se meta su estúpida venganza por el... —callé de golpe al ver la incrédula mirada de Leo Levitt, quien frunció el ceño y, por un momento, casi formó una sonrisa.

—Ah, también eres grosera—murmuró Ryan Black—, cada vez me muestras algo nuevo.

—Es mi especialidad.

Metió su dedo pulgar en su boca, lamiéndolo con un inusual placer, como si calmara los atormentados pensamientos que contenía por dentro.

—Coopera conmigo y evitemos lastimarnos—murmuró.

Leo permaneció quieto, calculando las posibilidades de atacarlo sin causar un daño mayor a la estructura de nuestro alrededor. O más específicamente a los humanos dentro, ¿y por qué no? También a mí ya que protegerme era su misión.

Quizás si tan solo Diana y Diego no hubieran estado habría desatado gran parte de mí poder para lastimarlo y...

Abrí mis labios, confundida y perturbada al observar con gran detenimiento el cuello del Cazador, ya que había sido tan despistada de no notarlo antes: su piel estaba tan quemada que se notaba al rojo vivo. Miré esas zonas con cuidando, estudiándolo, bajando mi mirada a sus pálidas manos cubiertas también con profundas quemaduras.

Esto era lo que quería, ¿no? Lastimarlo antes que él lo hiciera. Entonces, ¿por qué no me sentía bien al verlo así?

Por más que lo detestara una nueva emoción inundó mis pensamientos: curiosidad pura y estúpida.

Porque ahí me di cuenta que no había sido mi fuego el que le había causado tanto daño a su pálida piel, reconocí eso después de hacer un análisis mental de lo que sucedió cuando le lancé la llamarada que a penas y lo rozó gracias a su agilidad.

Sus heridas parecían haber sido provocadas por algún fuerte ácido que le carcomió la carne sin piedad, destrozando la pulcritud de una piel tan escasa de imperfecciones, sanando a una velocidad abrumadora gracias a sus genes avanzados.

Seguramente el ardor era espantoso y su dolor era grande, pero el condenado no demotraba nada de eso.

—¿Te preocupan mis heridas?—indagó curvando una de sus comisuras con diversión—. ¿O estas feliz de verme así?

Me obligué a sonreír.

—¿Te ofenderías si te afirmara lo segundo?

—Bastante.

—Mejor dime cómo te causaste eso.

Sacó el dedo de su boca y toqueteó su otra mano, concentrado, y yo lo miré con una expresión fingida mientras admiraba sus dedos largos y las venas sobresaltadas de sus manos, parpadeé contrariada y pensé que eran muy parecidas a las del rubio.

La Princesa Fénix |Aeternis #1|Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon