Veinticuatro: Me he quedado sin pasos

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—¿Ahora qué hice?

Esperé que me gritara en la cara pero se echó de espaldas al sofá que estaba a mi lado sin previo aviso y soltó una mueca de dolor. Miró al techo y suspiró. Creí que iría decir algo, porque la vi separar los labios, pero volvió a juntarlos, arrugó la frente y se llevó las manos al rostro para comenzar a llorar.

—No, no, no.

Ni siquiera traté de buscar palabras de consuelo. O de averiguar por qué estaba llorando. Porque sabía que era un inútil para mejorar las cosas.

Así que sólo me dejé caer en el suelo, a los pies del sillón, y traté de subirme a su lado.

Apenas la toqué ella estiró los brazos para ayudarme a subir y me abrazó con fuerza. Hizo un lugar para que me acostara a su lado y correspondí al abrazo mientras la dejaba sollozar.

Era raro tenerla llorando, de la misma forma que sería con cualquiera, pues sólo estaba acostumbrado a mi propio llanto, no al ajeno. Y yo lloraba muy seguido, como habrán notado.

Traté de desenredar su trenza con nervios y pasar mi mano por su cabello, pero estaba sucio y lleno de nudos.

—¿Te duele mucho? —le pregunté con la vista en los sus nudillos enrojecidos.

Me pregunté si estaban así porque habría golpeado demasiado a alguien.

Ella asintió sin parar de llorar.

Estaba asustado.

Verla así me puso los nervios de punta, pero traté de no hacérselo ver. La idea de que hubiera algo que la perturbara tanto como para hacerla sentirse así y el hecho de que no tenía idea de qué había sucedido me aterró.

—¿Puedes decir algo, por favor? —le pedí luego de un rato, incapaz de aguantar.

Ella comenzó a negar con la cabeza, así que tomé su rostro entre mis manos y comencé a dejarle besos, cuidando de no tocar las heridas ni las zonas golpeadas. Era algo muy difícil y no tener casi ningún sitio seguro me puso aún más nervioso.

—Santo cielo, Farrah... —murmuré con preocupación y le dejé un beso en la frente. Estaba caliente—. Lo siento tanto.

Ella negó apenas. Estábamos demasiado juntos por el espacio reducido que teníamos y nuestras piernas se tocaban. Con uno de los brazos alrededor de su cintura para abrazarla noté que estaba mucho más delgada que cuando llegó. Aunque era algo que había notado hace tiempo, eso mezclado a su estado actual y al hecho de que era la primera vez que la veía sin sudadera en un largo tiempo, me hacia darme cuenta de que quizá todo fuera mucho para ella.

—¿Qué es lo que sientes? —preguntó casi en un susurro, con los ojos cerrados. Había parado de llorar, pero no se había molestado en secarse la cara—. Tú no has hecho nada. Yo me
lo he buscado.

No supe cómo responder a eso. Me habría encantado ser una persona más inteligente, más articulada, para ser capaz de contestarle. Me habría encantado poder decirle algo que la hiciera sentirse mejor, pero nada apareció en mi mente.

—¿Por qué dices eso? —le pregunté en el mismo tono de voz que ella estaba usando.

Nuestros rostros estaban tan cerca y nuestras voces se oían tan bajas que parecía como si no quisiéramos que alguien nos oyera.

—Mi madre era una abusiva —Cerró los ojos unos segundos cuando le acomodé el cabello detrás de la oreja—. Pero adivina quién me hace sentir igual de miserable a como ella lo hacía. —Alzó la cejas—. Eso es: yo. —Tomó mi mano y dejó un beso gentil en mis nudillos. Me pareció más una excusa para no tener que mirarme—. No es que ella no sea una mierda de persona. Lo es. Pero me estoy dando cuenta de que yo también lo soy.

Romeo, Marco y JulietaWhere stories live. Discover now