Capítulo 4

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Ángela sacaba ropa y más ropa de su valija, y con sumo cuidado la ordenaba en su nuevo placard. Se sentía realmente contenta de haber aceptado acompañar a su padre al campo. No pensó que le iba a hacer tan bien. Renato entró algo agitado a la habitación. Ella lo miró extrañada.

—Al parecer hay problemas por allí —le contó y volvió a salir al balcón.

Ánge frunció el ceño y dejó las cosas para salir también. A lo lejos observó las caballerizas. Sonrió al recordar aquel lugar. Luego iría a darle un vistazo.

Entonces divisó a Lourdes caminando con un muchacho rubio que venía acompañado de un señor que lo llevaba casi colgado. Al parecer estaba herido o algo así.

—¿Habrá pasado algo malo? —preguntó ella. Renato se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo él —Pero allá va tu padre en un caballo.

Ángela miró en la dirección que su amigo le había indicado. Y si, aquel hombre era su padre montado en un caballo. Al lado de él había otro hombre. No podía distinguirlo bien ya que se estaba alejando a toda velocidad.

—¿Qué habrá pasado? —inquirió Ángela.

—Podemos bajar a preguntarle a Lourdes —dijo Tato contento e ingresó de nuevo a la habitación.

Ángela se quedó unos segundo más, observando como su padre y aquel hombre se perdían en el horizonte. Por lo que sabía en aquella dirección quedaba la estancia de los Montoya. Tuvo que haber pasado algo malo para que su padre se fuera sin decirle nada. Soltó un suspiro y entró. Tato ya estaba parado en la puerta.

—¿Qué te sucede? —dijo ella divertida.

—Vamos, beauty, necesito saber que pasó —dijo él.

—Eres tan... chismoso.

Salieron de la habitación y podría decirse que Renato casi la hace correr por el pasillo hasta llegar a las escaleras. Bajaron a las risas, pareciendo dos niños más que dos personas grandes. Corrieron una carrera hasta la cocina y entraron rápidamente. Se detuvieron al verlos a allí. Lourdes los miró algo sorprendida. Y Ángela posó su mirada en el chico rubio.

—¿Qué pasó, Lu? —preguntó Renato mientras se acercaba un poco más a la mesada.

—Nada, muchachos, tranquilos —les dijo ella. Ángela seguía mirando al chico rubio. Este también la miraba fijamente.

—¿Niña Martina? —inquirió él.

Ella levantó la cabeza para encontrarse con el hombre de cabellos casi blancos. Lo observó bien, tratando de reconocerlo. Hasta lo que lo hizo.

—¿Pedro? —preguntó sin poder creerlo.

El viejo se quitó el sombrero y la miró como si ella fuera de mentira. Ángela se acercó sin dudarlo a él y lo abrazó. Aquel hombre era como un abuelo para ella. Cuando era pequeña él era siempre el que le contaba las mejores historias de hadas y duendes que habitaban por allí. Era como si de a poco su niñez la envolviera. El anciano le devolvió el gesto con algo de inseguridad, pero al final la abrazó. Luego de unos segundos ella se alejó para mirarlo a la cara. El hombre tenía varias lágrimas en los ojos.

—Pensamos que se había olvidado de nosotros, niña —le dijo él.

—¿Olvidarme? —inquirió —¿Estás loco, Pedro? ¿Cómo iba a olvidarme yo de mi abuelito de campo?

—Estás más bonita de lo que recuerdo, mi niña —le dijo con ternura.

Ánge sonrió algo emocionada y giró para mirar a su amigo.

Wild Horses-Adaptada-Angestín.Where stories live. Discover now