Pero más minutos pasan y no hay señales de ella, y la angustia y preocupación se hacen presente una vez más. Así que sin perder más tiempo, comienzo a subir las escaleras.

Mientras subo los escalones todo se siente tan diferente...

Sin duda alguna el ambiente se volvió denso y diferente desde la noticia de ayer.

Subo los últimos escalones y me dirijo hacia la habitación de Elizabeth. Se cuál es, porque cuando venía a cuidar de ella entré aquí en una ocasión. Aquella cuando Elizabeth se hizo unos profundos cortes en el brazo; que ya no están ahora. Y eso igual, se siente como si nunca hubiera pasado eso. Es por ello que me preocupo ahora. Porque el dolor acumulado en su corazón podría llevarla a hacer cualquier cosa con tal de ya no sentirlo.

No me toma mucho tiempo caminar por el pasillo y llegar a la puerta; pero cuando lo hago y me encuentro frente a ella, no me muevo. Permanezco allí, de pie, sin moverme un centimetro; porque pienso que sería muy exagerado de mi parte entrar y ver si todo está bien. Pienso.

Así que solo espero...

Espero a escuchar algún ruido del otro lado de la puerta, pero no se escucha nada. Absolutamente nada. Ni siquiera aire entrando por la ventana.

Me acerco más a la puerta para poder escuchar algo que me dé alguna señal de que Elizabeth sigue adentro; pero no se escucha nada. Ni un soplido, y la angustia, nuevamente, comienza a ganar un poco de terreno.

—Eli, ¿se encuentra todo bien? —me atrevo a preguntar, lo suficientemente alto para asegurarme de que me escuchó.

Nada.

Pasan más minutos y Elizabeth no contesta.

Así que lo intento una vez más.

—Eli, ¿te encuentras?

Nuevamente, no obtengo ninguna respuesta.

Así que, preso de la angustia, la preocupación y la ansiedad, coloco mis dedos alrededor del material frío de la perilla. Acto seguido, comienzo a girarla muy lentamente; como temiendo a lo que pudiera ver ahí adentro. También, llegado a este punto, agradezco que la puerta no esté cerrada por dentro con llave, porque de lo contrario entraría en un estado de pánico horrible. Y estoy seguro que mi mente no tardaría en mostrarme escenarios catastróficos en el que Elizabeth está implicada.

Cuando he girado por completo la perilla, la puerta cede a mí.

Mis manos comienzan a temblar, la respiración se me atasca en la garganta y mi corazón comienza a acelerarse por la anticipación.

Un nudo de puro nerviosismo se instala en la boca de mi estómago.

—Eli, voy a pasar —aviso, y sin más, abro completamente la puerta.

Entonces, la veo...

Está ahí: sentada junto a la ventana cerrada, en un pequeño sillón color crema. Vestida completamente de negro, con las rodillas pegadas al pecho y la mirada perdida hacia la ventana. Hace la ilusión de estar viendo de verdad hacia ese punto de afuera, donde el vidrio está borroso con gotas de lluvia por el fresco de la mañana.

Pero ella no parece percatarse de mi presencia. Así que con pasos sigilosos y calculados, comienzo a caminar en su dirección.

Ya no está llorando. Eso puedo notarlo. Solo que luce... desorientada, sumida en un enorme transe de agonía. O al menos es lo que su rostro refleja.

En pocos pasos ya estoy alado de Elizabeth, pero ella no se mueve, ni hace un esfuerzo por enfocar su atención hacia donde estoy. Ni nada. Solo permanece allí, sentada, sumida en sus pensamientos quizás.

Aunque no te pueda ver ©Where stories live. Discover now