14. Diadema de verónicas

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Jennifer vino a visitarme al hospital cuando empecé el segundo ciclo de quimioterapia. Lo que menos me apetecía en el mundo era que me viese en ese estado lastimero, sobre todo sin saber cómo me iba a afectar esa sesión de quimio, pero Robert había vuelto a inmiscuirse en mis asuntos. Llevaba casi tres semanas sin ver a Jennifer y mi hermano no dudó en hacerme sentir culpable.

—Ella no te ha hecho nada, Evolet —me dijo, cuando me hubieron conectado a la bomba.—. Si la apartas, un día te arrepentirás de haberla perdido. Porque ella está muy preocupada por ti.

De modo que hice el esfuerzo de llegar hasta el teléfono, que se encontraba al fondo del pasillo, y la llamé, para invitarla a venir. Robert era el que hacía de mediador cada vez que discutíamos, sólo que esta vez no había habido ninguna pelea. Había sido una forma de evitar verla mientras mi vida se transformaba por completo. Jennifer entró en la habitación con los hombros hundidos, sujetando con fuerza su bolso. Se quedó quieta mirándome, sin saber que decir. Era la primera vez en su vida que cerraba la boca. La saludé, pero no contestó. Me examinó con la mirada y no pudo evitar quedarse mirando la bomba fijamente, como preguntándose si era eso lo que hacía todo ese ruido.

—¿Qué tienes en el brazo? —preguntó tras unos segundos de silencio incómodo. Me señaló con un gesto de la mano.

—Un catéter —di unas palmaditas a la camilla—, ¿no te sientas?

Se sentó en una silla a mi lado, tan tiesa como un palo. Dejó su bolsito en su regazo. Era pequeño y de cuero negro, con un llamativo broche plateado para abrirlo y cerrarlo. Ahora no dejaba de toquetearlo, tratando de aliviar sus nervios.

—Nunca había estado en una habitación de hospital —comentó jugueteando con su pelo. Llevaba una diadema de verónicas de plástico. Los racimos de flores falsas se enredaban entre sus rizos rojos.

Al oírla me vino en mente la temporada en la que visitábamos a mi madre en coma. Me volví hacia la camilla vacía que tenía al lado. Por el momento no tenía compañera y sentía un poco de miedo, al dormir sola

—Es extraño —murmuré.

—¿El qué? —se inclinó hacia delante, para escucharme mejor.

—Todo esto —me reí suavemente, pero no daba gracia—. Nunca imaginé que algo así podría pasarme a mí.

Clavó la mirada en una de las paredes y se apoyó en el respaldo, murmurando palabras indescifrables con los ojos cerrados. Abrí la boca para preguntarle que estaba diciendo, pero me interrumpió.

—No sé qué haré si te pasa algo —murmuró al borde del llanto. Frunció los labios. Tenía la vista fija en los barrotes de la ventana.

No me había imaginado que aquello la afectase tanto. Sólo había sido capaz de pensar en lo que suponía para mí. Me avergoncé un poco, pero no dije nada. Ya sabía lo que venía ahora. Me miré las manos. De repente estaba sudando. Jennifer se puso a sollozar. La conocía desde hacía tantos años, que podía prevenir sus ataques. Ella era así. Estaba siempre feliz y, un día, reventaba. Lloraba de vez en cuando. No había nada que yo pudiera hacer para ayudarla. Lo mejor que podía hacer era dejar que lo descargara todo, sin reproches ni miraditas. Me tapé con las mantas y procuré centrarme en otra cosa. No se me daba bien consolar a la gente y ya lo había llorado todo, así que no me quedaban más lágrimas que sacarme.

—Jennifer —la llamé en voz baja, al cabo de unos minutos en los que sólo se oía sus hipidos.

—Dime —susurró. Se secó los ojos con el dorso de la mano, enseguida brotaron otras lágrimas.

—¿Sabes que has llorado más que mis hermanos? —intenté, de algún modo, darle un toque divertido a la conversación, aunque el humor no fuera lo mío.

Ella sonrió. No le había dado gracia, pero pilló mis intenciones.

—No bromees sobre estas cosas —rio. Inspiró por la nariz.

—Han dicho que me voy a poner bien —expliqué, recuperando el tono serio—. Creo que incluso volveré a clase en septiembre. Luego nos olvidaremos de todo.

Había algo de mentira en aquello, pero yo esperaba poder regresar al instituto cuanto antes y si era al mismo tiempo que mis compañeros, mucho mejor. Jennifer negó con la cabeza, divertida.

—No sé si será tan fácil, pero no me queda más remedio que creerte.

La estrella que más brillaWhere stories live. Discover now