El Sheriff

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— ¿No te gustó la comida? Haz estado moviéndola con el tenedor como si fueras a encontrar una cucaracha en medio.

—Stiles... —la voz del sheriff se alzó por encima del ajetreo de la comisaría. Seguía teniendo ese timbre autoritario que encogía a Derek y lo reducía poco a poco hasta su mínima expresión— ¿Puedes dejar al chico Hale en paz? No a todos les gusta... ¿qué es esto, de todas formas?

—Algo que alargará tu existencia unos cuantos años más —Stiles le dio un mordisco a su ensalada, o lo que sea que estaba comiendo, e hizo una mueca— Dios, esto apesta —pero lo tragó; aunque no le gustara el mejunje extraño de plantas y cosas verdes, su padre tenía que comerlo, y si Stiles no lo comía, tal vez su padre tampoco lo haría.

— ¿De dónde sacaste esto? —Stiles no respondió. Se llevó una gran cantidad de lechuga a la boca y la tragó sin siquiera masticarla— Dios, Stiles...

    La cara del sheriff merecía ser enmarcada para toda la eternidad en una fotografía. Pero Derek seguía tan inmóvil como hacía treinta minutos, cuando el sheriff salió de su estado de estupefacción y agarró al muchacho por la capucha de su sudadera roja y se lo llevó a rastras hasta la comisaría; Derek pensó que se había salvado del muchacho inquieto y hablador; pero la verdad fue otra, y es que el sheriff no podía obviar el hecho de que un Hale estaba frente a él después de que supuestamente habían muertos todos en el incendio de la mansión.

    No hizo falta que lo agarraran, porque nada más la voz del jefe lo hizo arrastrarse hasta dentro del edificio de la comisaría. Los oficiales estaban de un lado a otro cumpliendo con su labor; entre montañas de papeleo y un sinfín de llamadas telefónicas. Con ayuda de su aguda audición logró captar algunas conversaciones sin darse cuenta; y para su decepción, no eran cosas tan interesantes; las llamadas de ayudas eran mayormente de señoras mayores que reportaban a sus mascotas perdidas, o alguno que otro dueño de una tienda que reportaba a algún ladrón. 

    Cuando los tres pasaban entre los oficiales de policía, las miradas se desviaban con disimulo hacia ellos. Más que todo hacia Derek, quien tenía una pinta difícil de ignorar. Pero hubo un chico en concreto que no le dio ni una mirada; y cómo iba a hacerlo, si después de todo, sólo podía observar al inquieto adolescente que saludaba a todos con una sonrisa. Sin necesidad de olisquear el aire, podía sentir la cantidad de cariño que desprendía el hombre hacia Stiles; y Derek se preguntó si él lo sabía.

    Las veces que su brazo le quemaba eran un poco dolorosas, como si estuviera escribiéndose una nueva letra en su piel. Pero esta vez no tuvo precedentes. La marca le dio un tirón, fuertísimo; y sintió como si le hubieran retorcido el brazo hasta romperle el hueso en tres partes. Era como si alguien invisible le hubiera agarrado con toda la intención y las ganas de hacerle daño. Derek se detuvo un momento y soltó un gruñido a lo bajo; cerró los ojos antes de que el azul refulgiera e iluminara las oficinas como si fuera una linterna en un club a oscuras.

    De repente, la cólera le trepó el cuerpo como si fuera fiebre, y la sintió bullir en su garganta. Quería lanzarse a morder a alguien, y destrozarle la piel hasta que el cartílago se desprendiera del hueso y la sangre le bañara la camisa. Pero no sabía por qué. Hacía menos de trece segundos estaba tranquilo, con un poco de pena al estar en un territorio ajeno y con ganas de salir por la ventana más próxima hasta el bosque. Sin embargo, las ansias de masticar un hueso le trepó el cuerpo como si fuera un árbol.

    Fue curioso. El dolor se calmó cuando Stiles lo agarró por el brazo y lo miró dudoso. Sus ojos se calmaron, y el verde suave del pasto le regresó al iris, dejando atrás a aquél amenazador azul que refulgía como zafiros. Pareció murmurarle un «¿todo bien?» a lo que Derek asintió levemente; guardó las garras sin saber en que momento las había sacado. Las personas se aglomeraban, pero no vieron nada fuera de lo normal, lo cual fue una suerte.

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