Beacon Hills

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    El frío de la calle le calaba en la cara, la cual tenía enrojecida e irritada. Sus labios estaban rojizos, como las cerezas de los pasteles de la panadería que siempre frecuentaba Laura. 

    Ese día no quiso llevarse la bufanda de lana que le había regalado el día de su cumpleaños, más que todo porque la había usado para limpiar la cocina sin darse cuenta; y gracias a ello estaba pagando las consecuencias. Tenía las puntas de las orejas rojas y calientes, mientras que el aliento se le manifestaba en una nube blanca. Definitivamente, la próxima vez tendría que estar más atento a lo que hacía.

    Pero era raro, porque Derek muy pocas veces se distraía. 

    Laura siempre se quejaba de que era más una máquina gruñona que una persona, porque la perfección al llevar varias ideas al mismo tiempo era algo que ella carecía. Pero esta vez, falló estrepitosamente; porque tomó la bufanda en vez del trapo de cocina y limpió el desastre que había en la encimera.

    Tal vez todo tenía que ver con la llamada que recibieron en la llamada. Venía de California. De Beacon Hills.

    Un nombre que habían tratado de olvidar con todo ese tiempo en New York. Y que a pesar de todo los seguía como una segunda piel a todos lados.

    Laura era una de las últimas Hales, la que quedaba en el puesto a liderar la familia y los negocios que su madre había dejado tras su descenso; los cuales ella no tomó. Tal vez era por eso, porque necesitaban a la responsable Hale para que diera la cara y continuara el legado familiar. Porque ya habían pasado seis años de luto, y era más que suficiente.

    Derek arribó al apartamento que tenían en New York, en Manhattan, y se dio cuenta que estaba cálida. Seguramente Laura ya había llegado y puso la estufa eléctrica a calentar el frío lugar. Porque no solo era frío por las bajas temperaturas, sino por la falta de personas que pudieran llenarlo. Era frío, porque carecía de esa hermosa calidez familiar que tuvo la mansión Hale.

—Ya llegué —se anunció mientras dejaba las llaves en el plato de metal cerca de la puerta— ¿Laura?

—Aquí Derek, ven. Necesito que hagas algo por mi —Derek se quedó en medio de la puerta de entrada confuso. Laura muy pocas veces reconocía que necesitaba ayuda, en especial de Derek, no después de— ¿Vas a venir?

    Derek dejó de lamentar —como lo hacía últimamente— y caminó sin prisas hasta la habitación de su hermana. Estaba iluminada con el blanquecino color de las paredes y la luz amarilla de la lámpara del techo; no tenía mucho que pudiera decir que era la habitación de ella; estaba ambientada más como una habitación de huéspedes, con la decoración neutral que tenía cuando la habían comprado hace seis años. Era todo tan blanco, que parecía más una sala de hospital que una habitación de una persona.

    Sin embargo, en la cama con sábanas azules estaba una maleta abierta, con ropa regada por dentro y por fuera la cual caía en el suelo. Tal vez la única pizca de color entre todo ese mar de blancos y celestes pálidos. ¿Por qué Laura estaba haciendo una maleta?

—Necesito que me ayudes a doblar la ropa, todo tiene que caber en la maleta —Laura caminó hasta el armario y siguió sacando prendas de más colores, dejando los ganchos regados por el suelo— Tenemos un límite de equipaje, y la otra maleta es para ti... ¿me estás escuchando al menos? 

— ¿A dónde vamos? —Derek comenzó a doblar la ropa, siguiendo los pasos mentales que recordaba haber seguido en un tutorial de youtube. Laura lo miró con el ceño fruncido; no le gustaba la idea de tener la ropa arrugada después del viaje, más que todo con la forma en como Derek doblaba.

    Laura reaccionó a la pregunta, y notablemente se le pudo ver el nudo que se le formó en la garganta al hablar; esa fue una gran pista para Derek, quien dejó de doblar la ropa y se quedó observando fijamente a su hermana. Esa mirada que cargaba Laura sólo la había visto una vez; y fue cuando le había preguntado sobre sus padres después del incendio.

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