Debería cambiarse de ropa… ¿o no? Podría quedarse en pijama y demostrar que no le importaba nada si él iba a visitarla a su casa o dejaba de hacerlo. Tras varios segundos de confusión, decidió al menos quitarse la camiseta verde parduzca que usaba por pijama y coger uno de los tops negros y arrugados del armario. Por primera vez desde que estaba allí, quiso haber cogido algo más de ropa de su armario de Washington. Cuando había llegado a Arizona, aparte de que su ropa de abrigo de Washington no serviría de nada allí, estaba enfadada, así que había agarrado las primeras cosas que había encontrado en su armario y en el cubo de ropa sucia y las había metido a la maleta.

Cuando se puso la ropa, vio que el aspecto que ofrecían sus pantalones cortos de pijama y ese top casi elegante era un poco menos que vergonzoso, pero se negó en rotundo a volver a cambiarse. Eso era darle mucha importancia a ese chico, y aún no estaba segura de si le gustaba o solamente se había imaginado algo. Es más, seguro que en cuanto volviera a verlo, sería como al principio. Simplemente idiota.
Pero por si acaso, se cepilló el cabello hasta dejarlo liso y suave. Sólo por si acaso.

***

Andrea se encontraba un poco avergonzada, era la primera vez que volvía a la casa de Lisa desde el incendio y al principio las perspectivas de volver a estar tan íntimamente con su amiga habían sido difíciles, así que no podía creerse estar allí de nuevo.

Desde siempre solían pasar juntas algunas mañanas, siempre que ninguna de las dos tuviera que trabajar: Lisa en Coolidge y ella en el restaurante.

Su amiga abrió la puerta, sonriente y los invitó a pasar sin dilación.

—Los chicos están en el taller, Marc. Ve si quieres.

El joven miró al suelo avergonzado y negó con la cabeza.

—No… prefiero quedarme aquí.

—Kim está arriba, si lo prefieres.

Pudo ver el casi imperceptible guiño que Lisa le dirigió a Andrea, que sonrió complacida. No sabía qué estaban tramando, pero en realidad tampoco quería saberlo.
Salió de la sala y sin pensarlo dos veces, se sentó en las escaleras de madera que llevaban al segundo piso. Desde luego que no irrumpiría en la habitación de la chica, ¿no?
Vale, Marc tenía que reconocer que había estado un poco nervioso desde el día anterior y que quizá (sólo quizá) había pensado un poco esa noche en Kim.

La verdad es que sentía que comenzaba a quemarle la piel sólo al estar allí, ¡mierda, todo olía a ella!

Se levantó y respiró hondo. Había hecho cosas muy arriesgadas durante su vida y (casi) todo le había salido a pedir de boca, claro que lo que le había salido mal había eclipsado lo bueno…

Intentando despejar su mente comenzó a subir las escaleras. Él daba imagen de tío duro, ¡qué demonios! ¡Él era un tío duro!
La música podía oírse desde allí, hard rock, por supuesto.

Al minuto siguiente se encontraba en la tercera puerta del pasillo, completamente decidido a entrar y comportarse con normalidad. ¿Qué era lo peor que podía hacerle?
Se visualizó a sí mismo entrando y a Kim arrojándole uno de esos afilados zapatos de tacón que solía llevar. La visión no le ofrecía ánimos, es más, se los quitaba, pero aun así reunió todas sus fuerzas y abrió la puerta decididamente.

—¿¡Qué demonios!? —Desde la cama se oyó el grito de Simon, incidiendo directamente en los oídos de Marc.

¡No! El chico también gritó y cerró la puerta de golpe, apartándose de la habitación. Se había equivocado, ¿cómo era tan tonto?
Volvió a abrir la puerta, esta vez más calmado.

Noche de Fuego. (DISPONIBLE EN PAPEL)Where stories live. Discover now