Capítulo 31

14K 993 95
                                    

—¿Color favorito?—mordió jugetonamente mi meñique.

—Varios—respondo al instante—No sé la razón, pero me gusta el rojo, específicamente el tono que da en la sangre. A la vez el rosado pálido de las rosas y el lila de algunas—es difícil aceptar como nuestras conversaciones han fluido sin omitir ninguna información por lo más insignificante que sea.

—¿Te gustan las flores?—dibuja una en la palma de mi mano provocándome un pequeño cosquilleo.

Niego.

—No, en realidad no las soporto. El polen causa que mi piel se irrite y de pequeña sufrí con ellas—arrugo la frente recordando las idioteces de mi infancia—En un campamento había un pequeño jardín, poco recuerdo de el—miento por primera vez—Aunque no he olvidado que le daba nombres a las rosas y las veía todos los días, antes de que me trasladaran dejaron de regarlas y se marchitaron—expliqué.

—Sentiste que te abandonaban—afirma.

—Si, era una niña—le quito importancia—¿Y los tuyos?—interrogo.

—El turquesa de nuestro océano—sus ojos se achican y se que está feliz de traer a su cabeza esos detalles—Cuando estés en palacio, tendrás acceso a toda la belleza de mi Reino—elevé una ceja y acorté la distancia.

—¿Comida preferida?—continúo.

—Como de todo, sin embargo me decanto por lo salado—la noche está tocando el cielo y esparce los astros que acompañan a la luna.

Que lindo momento. Estás ventanas permanecen cerradas, aunque a mí petición las persianas están abiertas.

—Supongo que tienes a miles de personas cocinando lo que te apetezca—sonrío embobada imaginando a un Adrián miniatura repitiendo platos—No he probado alimentos de la alta, pero no soy regodeona. Me conformo con la carne de cerdo y un buen chocolate de postre—añado.

Nunca olvidaré que gracias a él conocí esa delicia.

—¿Qué quieres hacer de tu vida cuando salgas de aquí?—la voz le ha cambiado ya no está jugando.

No sé, ni siquiera lo he meditado. Aún no logró ganar, por lo que no he hecho planes futuros.

Tampoco es que este en completo conocimiento de lo que se puede optar al ser considero una falla.

—Ni idea—suspiro luego de un rato de meditación.

—Cuando lo pienses solo dímelo. Podrás ser lo que quieras mientras sea en la capital—se sienta en el colchón y su espalda desnuda choca contra la marquesa.

Estira sus piernas y subo a ellas.
Me siento a horcajadas en sus rodillas, manteniendo una distancia apropiada para conversar.

—¿Por qué en la capital? ¿No puedo viajar en el Reino?—espero que esa ciudad sea lo suficientemente grande si es que tengo prohibido el acceso a otras.

—No es eso, es complicado—desvía la mirada y le obligo a que gire a mirarme.

—Explícate Doskas—elevo el tono de voz esperando que comprenda que esto no es un juego.

—Preciosa ese timbre no me gusta—dice entre divertido y serio—No te quiero lejos—no alcanzo a reaccionar cuando ya había tirado de mi hasta su pecho fornido.

Desordeno su pelo castaño y juego con los rulos que se le hacen en la nuca después de salir de la ducha.

—¿A qué te refieres?—digo sin entenderle.

—El Dios no pasa el tiempo suficiente en otros lugares que no sea palacio y este está en la octava región, correspondiente a la capital—dibujo un ocho romano en su bíceps.

ZONA DE FALLAS: ENGENDROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora