Capítulo 10

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—Apártate—negué rotundamente a la orden de Rizitos—Quedan tres, puedo contra ellos—intentó convencerme.

—Yo estoy bien, pero tu estás fatal. Tienes heridas visibles, no me imagino cuantas internas—esparcí agua por todo su cuerpo, al principio se resistió en especial al tocar su cadera, pero ha medida que suturé, el alivio se hizo consigo.

Tuve que acelerar el proceso, somos un blanco fácil. Estamos parados en medio de la nada sin poder escondernos, además a menos de un kilómetro está la lucha a muerte.

—Ten especial cuidado con la enana. Es demasiado escurridiza—explicó mientras nos acercábamos al polvo levantado—Además no te alarmes si de la nada el ambiente cambia, un mestizo controla la naturaleza a su antojo, cuando menos lo esperas los árboles renacen—ese es peligroso.

—No nos separaremos más de tres metros. Te quiero dónde mis ojos te vean, deberemos unir fuerzas si quieres enfrentarlos—lentamente creé una envoltura líquida en ambos—Te mantendrá las heridas curadas, por lo menos durará si no fuerzas el cuerpo. Si tiñe de rojo debes avisarme—expliqué a gritos.

El primer ataque fue directo por el costado izquierdo de Rizitos.
Levanté una franja de hielo para su protección, la lanza atravesó hasta la mitad.
Rápidamente lo transformé en una cantidad considerable de cuchillos, pero ninguno fue capaz de herirle.

—Ahora ya sabes lo rápida que es—se burló Rizitos.

—No estás en posición de comentar, te salvé la vida—recalqué.

—Eso es lo que hacemos nosotros, es nuestra manera de demostrar amor—cuando levantó la lanza de la chica y la dirigió hacia mí me puse de los nervios.

—¿Q-qué ha-ces?—pregunté al borde del colapso.

—Devolverte el favor—no tuve tiempo de reaccionar cuando la brisa del impacto rozó mi rostro.

Un cuerpo se estrelló contra el suelo y giré al impacto.
El alma del mestizo abandonaba nuestro mundo dejándome a mí en él.

—Tenías que traer ayuda de tu amiguita—seguimos la voz de la escurridiza que saltaba por los aires como mona—Que lindos se ven, perfectos para ser mis últimas presas—cuando lograba localizarla era demasiado tarde para atacarla, fácilmente cambiaba de posición.

—Ataca, no huyas como cobarde—le tenté—No tienes las agallas para enfrentarte ni a tu sombra—seguí provocándole.

—Voy a por ese, tú encárgate de esta—apuntó al chico que caminaba por entre el polvo levantado que ya en este paso era más una neblina.

Asentí y lo ví apartarse a no más de tres metros, es la medida suficiente para seguir conectados. Le dí la envoltura con doble intención; es verdad que lo mantendrá sano, pero a la vez sabré cada ataque que se le proporcione, aunque dado que él no manipula el Agua no podrá percibir los míos.

Los de Oriente reconocerán mis intenciones, porque de ellos me copié. Lo usaron hace siglos atrás cuando el humano comenzó a mutar, era la forma en la que sabían de un cercano,  si estuviese con todas mis facultades podría sentirle hasta kilómetros de distancia, sin embargo la fatiga me está matando.

—Vamos linda, no me hagas perder el tiempo—fingí limarme las uñas.

Aunque intenta demostrar que ella es la cazadora bien sabe que es la víctima, en estos momentos no me importaría abrirle la garganta si con eso puedo volver al campamento.

Además se está ocultando porque no está al cien, sus heridas deben ser más profundas de lo que quiere demostrar.
Posee un instinto animal desarrollado por encima de lo normal.

ZONA DE FALLAS: ENGENDROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora