Raged fight

35 3 3
                                    


La tensión creada era visible para ambos. Parecía que nada podría calmar los ánimos en un buen rato. Las palabras salían sin pensar, como si se hubieran estancado ahí por mucho tiempo, unas más hirientes que otras. Ninguno daba su brazo a torcer. El inicio de todo esto no era ya la materia prima de la discusión, se volvía más densa.

-No entiendo por qué te enfrascas en cosas tan pequeñas. No tiene sentido que lo hagas. ¿Acaso sigues siendo una niña o qué? ¿No confías en mí? –cruzó los brazos en busca de mostrarse firme y razonado. Con una voz tan fría seguramente era irrelevante lo anterior.

-Y entonces imagino que yo siempre soy la culpable, ¿no? –y era verdad... Sin lugar a dudas.

-No empieces a hablarme con sarcasmo, mujer.

-No es sarcasmo. Respondo a lo que me dices con toda franqueza.

-¡Claro está que es sarcasmo! –su voz se había elevado más de lo usual. Incluso un pequeño escalofrío pasó por mi cuerpo, dejándome pasmada por el comentario.

-¡No es sarcasmo! Y no me alces la voz...

Un bufido salió de los labios de Tatsuhisa, bastante audible e irritado. El meollo del asunto había empezado por cierta situación de celos que tuve. Primero lo intenté hablar tranquilamente pero salieron a la luz otros temas que yo ignoraba que a él le interesaran. Yo sabía lo ocupado que estaba como para preocuparse por niñerías mías, pero estaba equivocada al parecer.

Suspiré y crucé los brazos un poco, buscando tranquilizar mi mente para bajar un poco el turbio ambiente. Por un lado, mi orgullo estaba creciendo, decidido a no dejarle ganar en el asunto aún sabiendo que él tampoco daría su brazo a torcer fácilmente. Desvíe mi mirada de la suya, dispuesta a irme a caminar de ser necesario para no armar una escena más grande.

Por dentro, un nudo se empezaba a formar por mi garganta, casi imposible de tragarse. No quería llorar, menos frente a él. Me sentía débil y el modo en que seguía manteniendo el ceño fruncido, sin chispa de dejarse ganar combinado con la seriedad marcada en su rostro me hacían sentir impotente de alguna forma. Pasé mis manos por mi cabello y di media vuelta, sabiendo que no me seguiría por su propio orgullo. Tomé mis llaves antes de salir por la puerta del apartamento hecha una furia.



Tras escuchar el ligero cierre de la puerta suspiré. No sabía qué hacer cuando ella se ponía imposible. Me frustraba que en veces tuviera razón, pero no era justificación para actuar como una inmadura sólo por una breve charla que había tenido con una mujer.

Sus argumentos me parecían válidos a medias. No todos habían sido pensados. Las palabras hirientes tampoco las escuché de su boca, más bien yo había sido directo con muchas de ellas. Hasta me sonaban a hielos chocando uno tras otro. Caminé a la cocina en busca de una cerveza, recordando que aún no las habíamos ido a comprar.

A falta de alcohol, saqué la cajetilla de mi pantalón. Sostuve entre mis labios uno de los cigarros, mientras tomaba el encendedor y lo prendía. Tan pronto como eso sucedió, apegué la cabeza a una pared de la sala, maldiciendo para mis adentros. Pero la culpa no llegaba todavía.



Por mi rostro resbalaban todas esas lágrimas de niña tonta que me caracterizaban. Odiaba llorar frente a todo el mundo, por eso solía hacerlo cuando estaba sola. Sin embargo, esta vez había sido más difícil contenerlas e ignoraba a los transeúntes que chocaban conmigo cuando me preguntaban por mi estado de salud. El parque era el único lugar que me animaba un poco, al menos relajaba mis tensiones.

Repasé cada parte importante que se había quedado grabada en mi cerebro, como un pequeño recordatorio. Si bien había querido ser lo menos dramática y grosera con él, algunas de sus palabras habían atinado en cuanto a la actitud que había tenido y se transformaron en verdades, haciendo que me quebrara un poco. Mi supuesto orgullo se hacía blando, porque sabía que fingía ser fuerte.

Nunca me acostumbraba a que me hablaran fría y dolorosamente. Menos si se trataba de realidades que tenían que ver con mis acciones. No me gustaba a pesar de aceptarlas después. Mordí mi labio inferior sintiendo cómo resbalaban las lágrimas, mi nariz se constipaba y mi cuerpo se convulsionaba con pequeños sollozos que tapaba con ambas palmas de mi mano.



Habían pasado cerca de 2 horas y ella no volvía. Nuestra primera pelea fuerte había sido por todo y nada. No quería preocuparme por ella porque sinceramente ella tenía la culpa de haber iniciado la pelea, pero no sabía tampoco dónde buscar. Si ella regresaba por sí sola estaría ahí para abrirle la puerta.

Sin embargo, la furia había descendido lo suficiente para empezar a sentir importancia en su desaparición. Subí una mano por mi rostro, mirando su número de celular. Aún dudaba en llamarla. Sabía que para hacerla reír bastaba con dejarla enfriar su mente un rato. Apreté el botón verde de llamada y suspiré mientras el sonido de conexión se hacía presente pero nada ocurría...

Volví a intentar, sin dejar que el miedo me hiciera imaginar cosas. Tras otros cinco intentos, descubrí la razón de que no contestara: en la mesa de la sala se encontraba su celular. Maldije en voz alta. No me había fijado en eso. El desastre de la casa alrededor mío era causa de mi ira, por todos lados había algo tirado y las paredes habían rasgado los nudillos de mi mano derecha, ligeramente podía ver las diminutas heridas rodeadas de un color rojizo. Tomé aire nuevamente, mientras me lanzaba en uno de los sillones, quedando sentado y pensando en otras cosas lo más posible que fuera para desviar la atención de mi preocupación.

Justo en ese instante, la puerta se abrió y ella entró sin siquiera mirarme. Yo tampoco hice ademán de ir a verla. Caminó hasta la habitación y cerró la puerta con un ligero golpe.

Imagina que (Tatsuhisa Suzuki ver.) (One-shots random)Where stories live. Discover now