Capítulo 5: Just dance

Start from the beginning
                                    

A la hora de la comida, cuando Alfred calentaba la pasta en la pequeña cocina improvisada en una de las habitaciones, Nerea apareció, cantarina y risueña como de costumbre. Agoney corrió a abrazarla, pues aunque vivían en la misma casa coincidían muy poco.

— ¡Chiquitina!

Nerea trepó por su cuerpo como un koala, abrazando su cintura con sus piernas.

— ¡Ago!

Alfred y Amaia se unieron al abrazo, simplemente porque ellos eran así.

Con la mesa ya dispuesta y los cuatro jóvenes sentados delante de su comida, fue Amaia la que rompió el silencio.

— Bueno, ¿vas a contarlo?

Alfred se atragantó y Nerea la miro con cara de interrogante, así que Agoney supuso que la pregunta iba dirigida hacia él.

— ¿Eh?

— Mira, niño. Llevas toda la mañana suspirando cada medio minuto. Además no te has quitado la sudadera y son las tres de la tarde. Por dios, creo que nunca te había visto tanto tiempo con manga larga. ¿Qué escondes?

Agoney se quedó paralizado. Ahí mismo, con el tenedor en el aire y la boca media abierta. Nerea seguía mirándolo, entre sorprendida y enfadada por saber que le pasaba algo y no se lo había contado.

Ya habían discutido una vez porque ella insistía en que la protegía mucho, aunque para Agoney nunca sería lo suficiente. Por eso, se tomó su tiempo. Porque sabía que no tenía escapatoria, que iba a tener que contar la verdad. Posó el tenedor en el plato, se limpió con la servilleta manchas inexistentes y bebió un poco de agua, todo bajo la atenta mirada de tres de las personas que más apreciaba en su vida.

— Estaba esperando a que llegara Mimi...

— Pero Ago, me has dicho que Mimi acaba de irse y tardará en volver... ¿Por qué? ¿Qué pasa? — antes de que Nerea pudiera seguir, Alfred le hizo un gesto para que se lo tomase con más calma.

— Ay, no sé... Es que no ha pasado nada, en realidad.

— ¿No ha pasado o no quieres que pase?

Agoney se pasó las manos por el pelo. La situación le superó en ese momento. La noche anterior no se había permitido pensar en todo este lío, y dio gracias a su cansancio físico por haber hecho que se durmiera en cuestión de segundos.

Había soñado con Raoul. No se acordaba exactamente el qué, pero no quería saberlo. Su gran memoria olfativa le recordó el olor tan característico de esa colonia que aún no había conseguido identificar. Suponía que en su sueño habían estado anormalmente cerca, porque seamos realistas, uno no enreda sus dedos en el pelo de alguien al que no quiere tocar.

Y se despertó sudando, inquieto y deseando no estar solo. Deseando haber despertado enredado en otro cuerpo, confundiendo sus propias extremidades con las de otra persona. Por un momento, se permitió soñar. Imaginarse cómo sería tener esos labios gruesos apoyados en la unión de su cuello con su hombro. Cómo sería ver una sonrisa que aún no conocía pero se moría por hacerlo. Cómo sería perderse en los ojos más bonitos que había visto nunca.

El canario volvió a la realidad cuando Amaia carraspeó, y se sonrojó como hacía tiempo que no hacía. Porque Agoney bailaba para gustar, cerraba discotecas, follaba duro —y muy bien—, y si te he visto no me acuerdo. Y no se permitía pensar en mañanas de sonrisas cómplices y cafés olvidados en la encimera mientras dos cuerpos sudorosos repetían los sucesos de la noche anterior.

No dijo nada, sólo se remangó la sudadera y mostró su marca. Sus amigos reaccionaron de manera muy distinta, pero eso no alteró a Agoney. Nerea se sorprendió tanto que parecía que sus ojos saldrían de las cuencas y su boca llegaría al suelo; Amaia soltó un gritito agudo, emocionada seguramente por conocer la otra persona que estaba detrás de esa marca; y Alfred sólo sonrió satisfecho.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Where stories live. Discover now