Capítulo 5: Just dance

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Eso era lo que hacía a Amaia única e inigualable: la sinceridad. Pero además, también tenía una ingenuidad dulce e infantil, y eso hacía que la gente la menospreciara. Pensaban que era despistada, incluso algo tonta, pero nada más lejos de la realidad: la chica estaba informada y peleaba por la justicia y la igualdad a su manera, poniendo su granito de arena para contribuir a fabricar un mundo mejor.

Y así, Agoney se convirtió en un conocido de la pareja con el quedaban para tomar el café los domingos por la tarde. Luego hicieron un grupo de Whatsapp con Nerea y más tarde Alfred y Amaia se transformaron en sus principales confidentes de problemas. Odiaba molestar a Nerea con sus cosas, y hablar con la pareja hacía que todo pareciera mucho más fácil.

Alfred terminó la carrera y, durante ese verano, Nerea y Agoney ayudaron a la pareja en el amueblado de la clínica. El canario juró que había aprendido a hablar sueco después de leer el nombre de todas las mesas y armarios que montó. Pintaron el pequeño local de blanco y azul claro, le dieron un toque de luminosidad y, cuando finalmente Amaia colocó las flores en el jarrón de la salita de espera, los cuatro chicos sonrieron satisfechos.

Agoney no sospechaba que, esa misma noche, le harían la oferta del trabajo de sus sueños. La pareja le ofreció un trabajo que casualmente coincidía en sueldo y horario con el de la gasolinera, solo que su función sería muy distinta: podría, por fin, comenzar a trabajar en aquello que le apasionaba.

Agoney comenzó a dudar de sí mismo. Al fin y al cabo, solo había completado el primer año de la carrera, pero Amaia le aseguró que sus responsabilidades serían administrativas. Nada más lejos de la realidad, porque después de una semana de la apertura de la clínica, ya le estaban pidiendo ayuda en determinados procedimientos.

Nunca tendría las suficientes palabras de agradecimiento para Alfred y Amaia. Por preocuparse por él cuando nadie lo había hecho, por ser su saco de boxeo, por darle la oportunidad que todo el mundo debería tener en su vida.

Agoney sonrió cuando vio la clínica a lo lejos. No vivía lejos de ella, a 25 minutos caminando a paso rápido y 10 en metro, pero prefería prescindir del transporte los fines de semana: le gustaba observar cómo despertaba la gran ciudad un sábado. Solía desviarse y caminar por un parque cuando la lluvia se lo permitía, y se detenía a observar las flores que resistían la contaminación y las temperaturas extremas de Madrid. A veces, arrancaba un diente de león y soplaba fuertemente mientras pedía un deseo, aunque últimamente pocas veces lo hacía.

Ese día, decidió pararse a contemplar uno. Se mecía lentamente, acariciado por la suave brisa fresca matutina. Algo dentro de él le impidió arrancarlo para soplarlo. No pudo hacerlo, no pudo destruir la efímera belleza de un trocito de naturaleza en la jungla de asfalto. Sin embargo, sopló. Y sólo su subconsciente supo el deseo que había pedido.

***

— Buenos días... — susurró cuando entró en la clínica.

Lo hacía solo por la costumbre, pues había tenido que usar las llaves para entrar, lo que indicaba que la pareja aún no había llegado. No era extraño que eso ocurriese, a ambos les gustaba demasiado dormir y aún más darse mimos por la mañana. Agoney hizo el gesto de una arcada mientras se preparaba el café.

Se dedicó a limpiar la clínica con la ayuda de una escoba, al ritmo de Lady Gaga y su "Just dance". La mañana pasó entre lejía, fregonas y alguna consulta de dueños de perros demasiado caros y mal cuidados. Los sábados eran días tranquilos, sin mucha clientela y cargados de monotonía excepto por alguna urgencia. Agoney nunca admitiría que limpió dos veces las salas de curas para intentar mantener ocupada su mente, pero no había podido evitar recordar el sueño que había tenido, en el que sus dedos encajaban perfectamente entre mechones de pelo rubio.

¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? | ragoney Where stories live. Discover now