Capítulo 7

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—Esto deberíamos estar aprendiéndolo dentro de unos años —Kurapika hizo esa observación al término de lo que Killu consideraba que era un entrenamiento.

     No cuestionaba que lo fuera, lo era de alguna manera al rozar el significado de este. El niño se había empeñado en corregirle el equilibrio e intentar desarrollarle resistencia; no era nada complicado al principio, pero al ser cosa de todos los días terminaba regresando adolorido a su casa. De vez en cuando jugaban y eso denotaba ser lo que ambos más disfrutaban. Se divertían en el intento de entrenamiento, pero no se comparaba a las estruendosas risas que les provocaba los juegos.

     De vez en cuando entablaban largas charlas que le daban la oportunidad a Kurapika de percatarle emocionado cuánto había mejorado su habla, en el acento y la fluidez. También advertía su uso de palabras rebuscadas que, él lograba distinguir y entender porque los libros que acostumbraba a leer contaban con muchas de esas. Killu algunas ocasiones al emplearlas lo obligaba indagar en el diccionario; los papeles habían cambiado al parecer. Era un gran indicio de cuánto realmente estudió. Cierto día, acompañó a Kurapika a los límites entre el resto de bosque y la aldea, mismo día y el único donde se lastimó al hacer un mal movimiento. Por un momento creyó que Killu regresaría a casa.

     Al estar en el límite Killu lo retuvo para devolverle el diccionario y, después regresar al bosque.

     Las cosas cambiaban a un ritmo alarmante. Incluso el entrenamiento, donde ahora no solo era hacer ciertos ejercicios y mantener el equilibrio, sino que Killu acababa de añadir movimientos de autodefensa; lentos pero precisos, o al menos así fue el ejemplo.

     En un principio lo imitaba, Killu hacía los movimientos y Kurapika lo seguía. Y las cosas volvieron a cambiar, pues ahora Kurapika aplicaba los vaivenes contra Killu, quien desviaba estos con sus manos. Los movimientos seguían lentos igual que siempre, pero procuraba hacerlos aún más; era incomodo hacer intentos de ataque contra un niño pequeño al que le llevaba una cabeza.

     Ambos estaban en sus respectivas ramas, contigua una de a otra. Killu sentado y comiendo apresurado, y Kurapika recostado a lo largo de la madera; el ojizarco le había pegado la costumbre de usar las ramas para descansar.

     —¿Años después? —habló con la boca llena.

     —Sí, a los diecisiete años. Se pasa por un entrenamiento —constató.

     Vio al pequeño intentando hacer cuentas mientras repetía en voz baja: diecisiete...

     Sonrió.

     —¿Por qué sabes todos esos movimientos? ¿Tus padres te enseñaron? —inquirió Kurapika.

     Mantuvo pensativo unos momentos a lo igual que nervioso. Kurapika supo que tal vez no debió preguntar eso.

     —No tienes que responder.

     —Mis padres quieren que salga, igual que ellos —hablaba inseguro.

     —Y por eso te enseñaron lo básico...

     —Lo básico para ellos —coincidió.

     Kurapika le encontraba sentido. Su pueblo, sus antepasados habían sido repudiados por sus ojos, a tal punto que los llevaron a la marginación en la que se encontraban ahora. Sí querían que su hijo saliera del lugar, así como ellos tendrían que enseñarle a defenderse del daño que cualquiera quisiera hacerle.

     Quizá por eso los ojos de Killu no encendían. No solo lo habían entrenado en autodefensa, sino también para controlar sus emociones y el ardor de sus ojos. Averiguar cómo lograba mantenerlos apagados aun cuando algo lo enojaba era aún más intrigante. Probablemente para Kurapika resultaba complicado porque se dejaba llevar demasiado por sus emociones. Procuraba mantenerlas sosegadas, pero eso no era todo.

ReverberaciónWhere stories live. Discover now