Capítulo 2

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Kurapika estaba extenuado. Había recorrido toda la aldea; literalmente pasó a cada casa a preguntar si algún niño se les había perdido, las reacciones de confusión fueron de esperarse –en su mayoría lo tomaron como una broma. Realmente deseaba que alguien se alarmara.

     Casi estaba abatido. Ir a todas las casas, sin resultado alguno, fue desalentador. Le preocupaba por el niño del bosque. ¿De dónde se habría escapado que nadie armó un escándalo? Tampoco era algo que se cuestionara mucho, el lugar era tan pacífico y tranquilo (dicho con otras palabras, aburrido) que apenas se podían contar ciertas cosas por las cuales preocuparse. La palabra peligro estaba en un in pace en el lenguaje cotidiano y su existencia era ilusoria; con dificultad y por obligación se decía que se cuidaran, pero esas palabras quedaban en el aire. El bosque era muy seguro, siempre y cuando no salieras del área permitida. Hasta los niños de corta edad podían ir sin ningún problema; Kurapika ya salía al bosque sin sus padres a los tres años.

     Bien. El problema era que el niño se encontraba en una zona clausurada. Si contaba eso él también estaría en problemas por estar en donde no debía.

     Ese lugar hasta hace tres meses estaba permitido. Y Kurapika se aventuró a entrar para saber por qué o qué había para que decretaran la prohibición.

     Y, como consecuencia de aventurarse, no salió herido como temía, pero una inquietud le carcomía la consciencia porque lo único que sabía era que no podía dejar a ese niño paseando por lugares que no estaban permitidos. No se encontraba en peligro, de eso estaba seguro, podía afirmar con certeza que el líder decretó ese lugar "restringido" a causa de su desmesurada cautela. Kurapika sabía que el anciano era muy impulsivo a la hora de tomar precauciones.

     De alguna manera le aliviaba que el niño estuviera en el área restringida. Kurapika ya no era el único que infringía la norma impuesta (por una causa que ya no le interesó averiguar).

     Su interés seguía en el mismo espacio, sólo que ahora había un tema por el que valía la pena arriesgarse: cuidar a alguien... por más irónico y clandestino que fuera eso. Concluyó que era lo mejor que podía hacer. No era muy apropiado intentar suscitar alguna idea al chiquillo, cuando ni siquiera tenía ni un ápice de conocimiento sobre la razón por la que el niño permanecía ahí.

     Hizo lo que pudo buscando de donde desertó y, aun así, estaba enfadado más consigo mismo que con los padres del niño que lo dejaron irse con toda libertad, quizá con exceso de confianza en la seguridad del bosque.

     ¿Cuánto tiempo llevaba fuera de su hogar? No podía pasar de tres días. Su apariencia y ropa decían eso. Tenía raspones en su rostro, pero nada fuera de ahí. ¡Qué irresponsable de su parte!

     Kurapika sopesó tamborileando en la mesa. Su madre le daba la espalda preparando lo que sería su almuerzo.

     ¿Sería buena idea pedirle una ración más? Cabía la posibilidad de que no hubiera comido en esos días.

     Se agobió.

     Su madre... con toda seguridad lo apoyaría en la situación. En ella podía confiar y también en Pairo. Eran los cómplices más fiables; los únicos, precisamente por eso. Ella fue quien persuadió a Kurapika de ir allá; casi podía decir que fue idea de ella... su emoción resplandecía.

     —Mamá, ¿podrás preparar un poco más? —su madre se volvió hacia él.

     —¿Volverás a salir? —de nuevo usó ese tono.

     Kurapika pensó que la primera vez fue su imaginación; le mencionó al niño y ella usó ese mismo tono anteriormente. Palideció y, pensando que no lo dejaría regresar, forjó la razón más rápida que su cerebro de nueve años pudo hacer.

ReverberaciónWhere stories live. Discover now