Capítulo 4

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—¿Uh? —fue lo único que atinó a decir con desconcierto.

     No hizo falta que le pidiera repetirlo —No quiero que vuelvas a ir a verlo— reiteró espontánea.

     Kurapika forzó una sonrisa, no tan convincente como la de su madre; escondía a la perfección que algo estaba mal.

     —¿Por qué? —intentó no sonar alterado, y lo logró, pero no evitó levantarse de golpe. Una pizca de esperanza tiñó sus ideas: —¿Sus padres aparecieron? —las reacciones corporales de su madre no eran afirmativas— Espera... —Kurapika se sostuvo la barbilla pensativo; consideró posibilidades negativas que tuvieran a su madre en ese estado— ¿Papá se enteró? —exclamó.

     Se exaltó más que su madre.

     —No, Kurapika —tranquilizó—, no es nada de eso —su sonrisa se desvaneció lentamente.

     Regresó a su lugar y exhaló frustrado— No me asustes así —se quejó. Enterró el cubierto en la carne de su plato y al ver que su madre no tenía intenciones de hacer aclaraciones continuó—. Bien: ¿a qué te refieres? —se llevó un trozo de carne a la boca.

     —En caso de que los rumores que escuché sean ciertos es mejor prevenir —titubeó.

     —¿Desde cuándo crees en los rumores? —infló sus mofletes. Tuvo que amontonar su comida en uno de los lados para poder hablar. Mantuvo la compostura y continuó aparentemente despreocupado.

     —Me parece prudente tomar precauciones.

     —Si hay peligro ¿no debo asegurarme de que él esté bien? —rebatió.

     Tragó. Ante el prolongado silencio que los dominaba, abrió uno de sus ojos para investigar la razón de tal calma. La mirada preocupada de la mujer lo hizo impacientarse.

     —¿Ocurre algo? —rogaba en sus adentros que por fin le dijera por qué su cambio desde hacía días.

    —No irás —espetó firmemente.

     —Ma-...

     —No irás —interrumpió ahora sin titubear.

     —Si tanto crees en los rumores, deberías permitirme asegurarme de que el niño está bien —vociferó, perdió su impasibilidad.

     —¡Me preocupas tú! —enfatizó.

     —Él podría estar en peligro —replicó.

     —Y por eso debería estar en su casa.

     En un movimiento brusco, Kurapika tiró casi toda su comida; la lastimera mirada de su madre se orientó en el estropicio.

     —Kurapika, lo siento, pero no irás —concluyó con un tono comprensivo.

     —Limpiaré.

     Se rindió.

     —Kurapika... —llamó insegura.

     —Yo lo tiré, yo lo limpio —dijo restándole importancia. Desvió el tema con ello y su madre lo entendió a la perfección.

     —Yo lo limpiaré —su voz se entrecortó.

     No podía estar enojado con su madre. En parte, ella tenía razones para preocuparse, pero era desconsiderado de su parte no haber dicho eso desde que comenzó todo.

     No tenía razones para estar molesta con ella, sí para ignorar lo que dijo.

     Cuando regresó a la cocina para ver que podría llevarle ese día al niño, se sorprendió de encontrar la carne que le sobró; si no mal recordaba, era lo único que no cayó de plato y se salvó. Buscó algún recipiente donde ponerlo y con ello algunos frutos que desmenuzó rápida e improvisadamente.

ReverberaciónWhere stories live. Discover now