—Subió hace unos momentos a preparar algo para el bebé. ¿Quieres algo?—

Dirigida a la escalera y comenzando a elevarse entre sus peldaños, Amelia respondió. —¿Qué te pareces si pones un poco de agua a hervir y desayunamos?—

—Cla... Claro, no hay problema y Amelia...—

—¿Si?—

—Ya averigüé los horarios para las clases de aerobics, quería saber si les gustaría ir conmigo... — Con timidez y casi un tono de voz sumiso, Adriana rezaba con fervor ante la esperanza de compartir un poco de su tiempo libre con aquellas mujeres.

—Claro, tonta, ya nos organizaremos—

Teniendo como única respuesta de su empleada una resplandeciente sonrisa cargada de esperanza, Amelia siguió subiendo. El piso donde habitaba su amiga, arriba de su local comercial, era pequeño, pero sencillamente encantador. Colmando sus paredes con fotografías de glorias pasadas y triunfos vecinos, la historia se contaba. El grupo completo sentado en una plaza sonriendo y las estampas de su vientre crecido, Mateo apareciendo al mundo, fuertes abrazos. Aquello infestaba de felicidad y enorgullecía en cada centímetro de muro, todas habían crecido a su manera encaminando su existencia a su provenir.

Mónica no aparecía en ningún lado y la suspicacia nacía. Buscó en el baño, abriendo la puerta con prisa, intentando encontrar a su amiga con los pantalones entre los tobillos lista para avergonzarse, pero eso no pasó. La cocina también estaba desolada, algunos platos sucios continuaban en el lavadero. Con la idea de que su compañera nuevamente habría caído en el letargo del sueño, se dirigió a su dormitorio.

Espió por la rendija casi inexistente que provocaba la separación de la puerta con su marco unos momentos, quería asustarla, pero lo que notó la llenó de ilusiones. Su amiga sonreía con su celular en mano mientras tecleaba compulsivamente sobre él. La esperanza de que por fin aquella buena mujer deje su soledad renacía.

Con suavidad abrió la puerta, irrumpiendo con malicia. —Es tarde para estar en la cama, vamos arriba—

Mónica no tardó en esconder su celular y mostrar en sus mejillas una abismal vergüenza, Amelia sabía que aquel gesto solo escondía culpabilidad detrás de sí. —Buenos días, Ami—

Recostándose a su lado y levantando a su ahijado en brazos, Amelia comenzó a besar las mejillas del niño haciendo que éste gorgojara ante tanto cariño depositado en él. —La que tiene buenos días pareces ser tu... ¿Con quién hablas, picarona?—

—¿Yo? No... Con nadie—

—¡Vamos, te conozco! ¡Dime!—

—¡Qué no estoy hablando con nadie!—

Amelia se levantó levemente solo para incriminar a su amiga con sus místicos ojos, aquellos que siempre tendrían la cualidad de hacer poner nervioso a su compañera. Mónica sentía la presión, pero la aberración que sucedería si su hermana de vida se enteraba la identidad de aquel hombre que despertaba en ella sonrisas, la aterró. Mintiendo, dijo lo primero que le vino a su mente. —¡Está bien, está bien! Conocí un chico en la ciudad... solo eso, ahora sí, ríete—

—¿Yo? ¿Reírme? Al contrario, me alegro. Es bueno que conozcas a alguien nuevo— Levantándose de la cama, Amelia cargó en brazos al pequeño niño, éste instantáneamente comenzó a tirar de su cabello. —¿Escuchaste eso? Tu mami quiere conseguirte un papi. Solo espero que no sea huevo seco como Augusto, te mereces un hermano.—

—¡Oye! ¿Qué sabes tú de hermanos? Si eres hija única—

—Lo sé, pero me hubiera gustado tener a alguien a quien molestar...— Sonriendo, empezó a notar que las fuerzas de los jalones depositados en su cabello aumentaban. —¡auch! Deja eso, Mateo.—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Where stories live. Discover now