—Estaba en la valija, creo que ya era hora de terminar de desempacar y por fin darle uso a toda mi ropa.— Rociándose en perfume, se sentía imperturbable, mostrando aquella satisfacción con una sonrisa grabada en su rostro.

Arqueando una ceja y cubriendo de moralidad la habitación, Augusto se adentró al cuarto notando cada una de las virtudes que su prometía exhibía. —No piensas, no lo sé ¿Qué enseñas mucho?—

Volteando con un dejo de desdén reluciendo en su mirada, Amelia sonrió. —Sí, lo sé, eso es lo genial... Después de todo me visto cómo se me dé la gana. ¿No?—

—Yo... Yo no digo lo contrario, gatita... Pero piensa. ¿Qué diría la gente?—

Recordando a Tomás y como antes se había mofado de aquel apodo que Augusto rezaba en su nombre un poco de cólera se vislumbró en sus pensamientos. —¡No me digas así! ¡No me gusta! Hasta me parece despectivo... ¿Lo que diga la gente? Bueno, la gente se puede meter sus opiniones justo en medio de su gordo y caído culo. No es mi problema que ellos se sientan acomplejados.— Tomando el envión necesario para salir del cuarto que ambos compartían, una última frase la detuvo.

—¿Podrías ponerte algo más decente?—

Amelia dejó que aquella cizaña creara raíces en su cabeza y el fruto de aquella frase renaciera listo para ser convertido en una dulce mermelada de ironía. Recordando uno de los elementos que había condenado al olvido, sonrió. —¿Más decente? Claro, no hay problema— Caminando nuevamente a su valija, abrió uno de sus cierres, metiendo la mano en el pequeño compartimiento que ésta poseía en su interior.

Lo reconoció rápidamente gracias al tacto suave de sus cuencas enredándose entre sus dedos. Lo sacó y como si fuera un viejo amigo, lo observó unos momentos con una alegre nostalgia. Ese viejo rosario negro que alguna vez Tomás le había regalado aparecía de nuevo en su vida. Recordó como se lo había puesto aquella vez y como ella con dolor y pena no había sido capaz de tirarlo. Cerrando aquella etapa de su vida y escribiendo una nueva, se lo colocó en su cuello, dándose el tiempo necesario para agasajarse con la cara estupefacta de Augusto. —¿Mejor?—

—Pero tú no crees en Dios, Amelia—

—¿Y qué? Después de todo es un hermoso collar— Alejándose del cuarto, tomó sus llaves en conjunto con su bolso.

—¿No desayunarás?—

—Lo haré con Mónica y mi sobrino—

—Bueno... Vonnie, que tengas una buena jornada.—

El mensaje no había llegado a ser entregado, Amelia se había marchado con un jolgorio acumulado en su pecho de manera sublime. Se sentía entera después de tanto tiempo haber estado fraccionada en los silencios de su memoria y los placeres olvidados de su cama. Volvía a buscarlo y ésta vez, disfrutaría cada instante a su lado.

... ... ...

—Buenos días— La campanilla anunció su entrada haciendo que su presencia sea un hecho antes de que su estridente voz resonara.

—Señorita Amelia, buenos días— Respondió Adriana, agarrando la cartera de su empleadora y dejándola colgada en uno de los percheros. Pronto un beso fue depositado en su mejilla.

—¿Cómo estás, preciosa? ¿Cómo van las ventas?—

—Todo en orden, por suerte. Hoy vino una chica a comprar un vestido, le quedaba realmente lindo.—

Sonriendo, Amelia empezó a notar la ausencia de su entrañable amiga, tenía demasiado que contarle y el tiempo empezaba a apurarle en conjunto con su ansiedad. —Eso es bueno, ya verás que poco a poco nos empezarán a perder el miedo. ¿Y Moni?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora