01 people are strange

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El humo flota, la soledad acompaña al portero que yace recargado en su recepción, lagos oliva hundidos y llenos de vacío e indiferencia observan por la ventana, un cigarrillo le obstruye las vías respiratorias, pero el muchacho no hace nada por que el tubo deje de consumirse. Afuera el atardecer empieza su recorrido, el hombre tatuado alcanza a ver una camioneta antigua aparcar en el estacionamiento del hotel.

Hotel Bella Muerte, con 150 habitaciones disponibles, una alberca con agua semi estancada y una cafetería que roza la irrealidad. Ubicado en medio de una de las carreteras hacia el Gran Cañón, Hotel Bella Muerte cuenta con tres estrellas vigentes, aunque la última supervisión ha sido en los años 70s, y menos mal, pues dentro de aquel Hotel de estilo gótico, el tiempo no parece transcurrir. A pesar de que los setentas han sido hace más o menos cuatro décadas, una lista de The Doors se reproduce a través del celular del portero del hotel, en un volumen bastante bajo.

Frank. Odia agregar su apellido, o cualquiera de sus otros dos nombres. No terminó la preparatoria. Veinticinco años, mas parece rondar los 30, y es que con tanta mierda dentro, contrasta con el hotel. Ahora relame sus labios resecos, observa a un hombre de aproximadamente 70 años bajar de una camioneta: las canas le adornan el poco cabello, viene de traje, y tiene una nariz súper redonda, da la vuelta al vehículo y abre la puertas del copiloto, donde una mujer de no más de treinta años sale en un vestido marrón, tiene el cabello rubio, labios sangre, y docenas de joyas en el cuello; Frank baja la vista, apresurando una mano para ocultar dos pastillas llenas de heroína que duermen en la mesa, sonrientes porque el portero va a cogerlas; las mete con un rápido movimiento dentro del cajón que tiene a su disposición, justo cuando el hombre anciano y una mujer que parece ser su amante, entran por la puerta.

—Mierda— susurra el recepcionista, tomando con torpeza la cuchara y la jeringa con la que se ha inyectado, hace más o menos dos horas. Talla su rostro, dejando caer el cigarrillo que yacía en sus labios al suelo, escucha el tubito de tabaco chillar mientras cae —Hotel Bella Muerte, estamos a su servicio— sonríe, recargando los codos en la mesa. El hombre le ve con repugnancia, y la mujer, siamés del anciano gordo, tiene la vista fija en el brazo derecho del tatuado. Frank voltea al mismo sitio, apresurando a quitarse el pedazo de hule que ha amarrado alrededor de su brazo.

—Lo siento.

—Sólo danos una habitación— ladra el anciano, Frank asiente, dando una curiosa vuelta a sus espaldas, toma la primera llave que ven sus ojos, gira como bailarina de nuevo, con la llave en manos.

—Disfrute su estancia— sonríe, inclinándose más sobre la mesa de recepción, teniendo que colocarse de puntas para acercarse a la mujer. —Dale dos pastillas de viagra, nena, o puedes pasar conmigo después, para terminar el trabajito— la rubia se sonroja, pero no responde.

—Deja de soñar, niño— gruñe el hombre rechoncho, llevándose a su siamés alterno hacia las habitaciones, Frank suelta una risita, dejándose caer en la primera silla que tiene a su alcance...

People are strange, when you're a stranger, faces look ugly, when you're alone; women seem wicked, when you're unwanted, streets are uneven... When you're down...

Su turno siempre ha sido el nocturno, de nueve a nueve. Después, a su vieja casa, a orillas del primer pueblo. Acostumbra a llegar antes y hacer que tres horas le sean pagadas al turno de día- un tal Allen- en vez de a él, trabaja quince horas para dejar a Allen con nueve, está bien, el número nueve está perfecto.

Sobre la mesa de recepción yace un pedazo de papel con un poco de marihuana, así mismo, la cuchara y las píldoras de heroína siguen justo en donde las escondió Frank cuando entró aquel viejo gordo al hotel, sólo que ahora cantan, como aquellos prisioneros negros que inventaron el blues.

hotel bella muerte |frerardWhere stories live. Discover now