Capítulo 8: Aquí y ahora

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Al platicar con mi hermano sobre todo lo que sucedía en nuestras vidas, después de tanto tiempo de no vernos, olvidé por completo que Samanthe vendría a mi casa. Eran distintas emociones combinadas, por lo tanto, no tenía la posibilidad de pensar con claridad, mi cabeza se revolvía entre tantos temas, y los nervios en mi estómago también.

Tuve que tomarme un momento para revisar la hora en la pantalla de bloqueo de mi celular. ¡Son casi las dos de la tarde!, ¡Samanthe está por llegar y aquí sigue oliendo a idiota!.

— Paul, necesito que salgas por un largo rato. Si quieres puedes regresar más tarde, pero por ahora, te necesito lejos— le anuncié, alentándolo a ponerse de pie, tratando de sonar lo más amable posible para que no sienta que lo estoy echando.

— ¿Me estás corriendo de nuestra casa?—

Bueno, al menos lo intentamos.

— Algo así— asentí.

— Está bien, me voy. Rompiste mi corazón, ahora iré a embriagarme por el resto del día.

Yo colaboré en su partida, deseándole suerte y pasándole su abrigo. Sin pensarlo dos veces, caminó hacia la puerta y miró su reloj antes de salir.

— Vuelvo en la noche, guapo— me guiñó el ojo, marchándose, dándome una leve palmadita con su mano en mi mejilla.

En cuanto estuve solo, suspiré con mis manos reposando en mi cadera, y apenas me dí la vuelta, ví el desastre que había dejado mi hermano. ¡Y no sólo en mi sala!, en tooodo mi departamento.

Jesús bendito, ¿pero en qué momento?!.

No he preparado nada para invitarle a Samanthe, no he limpiado, no he hecho nada. ¿Qué va a pensar de mí?. Ni siquiera me he cambiado de ropa.

Me apresuré a recoger todo el desastre que ha hecho Paul, al mismo tiempo que corrí a la habitación en busca de una muda de ropa para cambiarme.

Simplemente elegí lo más casual que pudiera encontrar, aunque no creo que mi camisa negra, desabotonada del pecho y arremangada pareciera muy casual para estar en casa. Pero de alguna u otra forma, tenía que lucirme, verme bien para ella.

Me observé en el espejo, dudoso de si al menos eso luce bien en mí.

Después, corrí a la cocina para ver qué podría preparar de botana, o de comida.

Si apenas viene saliendo del colegio, ella deberá estar hambrienta, no podría permitir que se malpase por mi culpa.

Abrí el refrigerador, y así como lo ví, lo cerré soltando un suspiro. Nada. No hay absolutamente nada, está vacío.

En serio, ¿qué hago con mi vida?.

Bueno, al menos tengo una excusa, y es que todos los días, de lunes a viernes salgo a las siete de la mañana, rumbo a la escuela. Por ende, no tengo tiempo de desayunar en casa, así que siempre me encargo de comprar el almuerzo en el colegio.
Por eso es que no hay señales de comida por acá.

Ah, y en fin de semana, pido mis alimentos a domicilio, pues no me quedan ganas de hacerla de cocinero. Además, he comprobado en repetidas ocasiones que soy un fracaso en ello.

Pero hoy, repito, tengo que lucirme.

El timbre sonó un par de veces, acelerándome el corazón y poniendo alerta todos mis sentidos.
Lo más veloz que pude, fuí de vuelta al espejo del baño, y me analicé, acomodando mi ropa por última vez para asegurarme de que todo se viera perfecto y estuviese en orden.

Respiré hondo en cuanto estuve de frente a la madera brillante de la entrada de mi casa, y coloqué mi mano sobre la manija, esperando el momento adecuado para girarla.

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