Epílogo

1.2K 49 10
                                    

El dolor al perder a alguien que amas, es inevitable. Cuando las decisiones están en tus manos, es aún peor, pues tomes el camino que tomes, tendrás que cargar con la culpa, al menos para toda la vida.

Pocas personas son las que saben que amar también es saber irse cuando lo único que se hace quedándonos, es daño.
Y aunque yo nunca supe cómo podría irme sin ella, hoy lo hice, y juro que la sigo amando con cada uno de mis huesos.

• MATTHEW •

El ruido de la alarma me hizo abrir mis ojos de golpe. A veces creo que es un buen sonido, pues me despierta a tiempo así esté en el sueño más profundo. Y otras veces, lo aborrezco con todas mis fuerzas, pues me hace entrar en un mal humor automático que ni yo me explico.

Hice toda mi rutina de diario; despertar, ducharme, vestirme, arreglarme, y esperar a que las manecillas del reloj en mi muñeca, o los números en la pantalla de mi teléfono marquen las siete con treinta minutos exactos.

Después de eso, arranqué mi auto, en una única dirección que conozco poco, pero debido a la corta distancia, llego en minutos. Dos minutos para ser exactos.
Y estando ahí, aprieto el cláxon haciéndolo resonar afuera.

La puerta de aquella casa color beige, con precioso césped que admiro, y bonitos ventanales y porche fue abierta, y aquel hombre depositó un bonito beso con cariño a su esposa.

Después de dos semanas de que se mudaron, todo parece que mejoró para ellos. Para mí la situación nunca será la misma, no podría estar igual de en paz que ellos dos. Al menos nada ha mejorado desde el mes y medio que llevo aquí.

Adam se acercó a mi coche, con aquel abrigo enorme y fino moviéndose con el aire y la rapidez con la que caminaba, al igual que sus pasos largos y firmes, mientras acomodaba el cuello de su camisa blanca.

Finalmente entró al asiento de copiloto, acompañándome en esta mañana con la sonrisa amigable que me dedicó mientras frotaba sus manos para calentarlas del frío.

— Mierda Charles, enciende la calefacción, no seas tacaño— me regañó encargándose él mismo de hacer eso; encender la calefacción de mi auto.

Yo solté una risa nasal corta. No compartía mucho su frío, pues hace menos de diez minutos fue cuando salí de mi cálido y cómodo departamento nuevo, que se estuvo encargando de mantenerme calientito toda la mañana.

Al contrario de su casa, que es la más helada en la que he podido estar.

— ¿Llevas todos los papeles?— me cuestionó revisando a nuestro al rededor para responderse a sí mismo antes de que yo hablara.

— Todo— asentí con las manos sobre el volante, divisando entre las calles antes de cruzarlas.

— Bien. Recuérdalo; la demanda que hubo en tu contra fue una equivocación. No tenía nada qué ver contigo. ¿Traes todas las cartas de recomendaciones tuyas?.

— Las trece exactas— sonreí.

Y era así.
En mi maleta no podía faltar ese folder con las trece cartas escritas por cada uno de los directores o encargados que tuve desde que inicié mi carrera como profesor.

Incluso Kalissa tampoco se quedó sin hacerme una de esas mismas cartas.

— Dominic me ha hablado excelente de ustedes tres. Son increíbles las casualidades de la vida. Todavía me falta alguien que quiera tomar el lugar en artes, pero aún no consigo al candidato ideal. Entonces, Grant, del lunes en adelante eres responsable del módulo de literatura en el grado de preparatoria, e historia en la facultad de... arqueología. Silvia, te encargarás de matemáticas y álgebra en preparatoria, y... Charles, te quedas con biología, física y química en preparatoria también. ¿Están todos de acuerdo?.— nos explicaba Khaled Bridgestone, nuestro ahora jefe y compañero de trabajo, director de todo el instituto Bridgestone College.

La Ciencia de tu AmorWhere stories live. Discover now