—Solo un reino lleno de lumbianos que quieren asesinarme...

—Esos no están cuerdos —repuso y ladeó la cabeza rubia.

—Buen punto. —Subí una ceja—. Gracias, Finn —agregué algo enrojecida al recordar que había presenciado el beso.

—Sal en cuanto puedas, el helicóptero ya se escucha —terminó sin ninguna expresión en el rostro y salió al exterior.

El viaje en el helicóptero fue silencioso. Demasiado silencioso.

Me rodeaban enormes guardias llenos de armas, además de los tres guardianes. Todos vigilaban por las ventanillas, atentos a lo que decían por la radio. La tensión era tangible.

Y ahí estaba yo, con las manos sudadas y la mirada perdida en el vacío, pero a diferencia del resto, era por conocer una parte de mi familia que nunca imaginé que conocería.

El helicóptero aminoró su vuelo y se detuvo en el aire sobre lo que parecía una fortaleza. Quise mirar hacia abajo, pero no podía. Estaba tan nerviosa que no le había echado ni un vistazo a Atanea, que estaba justo bajo mis pies.

Theo me apretó la mano, supongo que notó lo mal que llevaba los nervios.

—Bienvenida a casa —susurró con un tono ronco y sentí que sus ojos me escrutaban de cerca—. Claire, relájate. Es tu reino. Todo estará bien. Lo prometo. —Tocó la punta de un mechón de mi pelo.

—Lo logramos —dijo Mike de repente, mirándonos con sus ojos avellana bien abiertos. Parecía sorprendido—. Logramos llegar con Claire a salvo.

—¿Recién lo asimilas, Johnson? —Theo arqueó una de sus cejas y curvó la comisura izquierda de sus labios.

—Amigo, somos grandiosos, fantásticos, insuperables... Somos los héroes de los héroes. —Mike tenía las manos en la cabeza, y se veía tan sorprendido y orgulloso de sí mismo que me produjo ternura.

Todos reímos, incluso Finn. Eso logró relajarme un tanto. Reír siempre era la mejor terapia. Más con ellos. El lazo que tenía con ellos no podría romperse. Mike y Finn eran mis amigos, guardianes o no, los quería, y no podía categorizarlos de otra manera, confiaba en ellos. Y Theo..., bueno, Theo era Theo.

El helicóptero se detuvo sobre el césped verde delante de una pared de piedra.

El corazón me bombardeaba veloz. Fui la última en bajar. Theo me tendió la mano y puse mi pie sobre el pasto.

Había llegado la hora.

Me volteé hacia el lado contrario de la pared de piedra... y ahí estaba el tan anhelado reino Atanea. Desde esa altura se podía ver casi todo. Era muchísimo más grande que los otros dos reinos que conocía hasta el momento. Incluso había edificios pequeños. A lo lejos, se notaba que las casas eran alargadas y de dos pisos, tal como me había contado Theo al principio del viaje. La ciudad de Atanea era enorme, lujosa y hermosa.

Un cosquilleo bailó por mi espalda. Aquel lugar desconocido se sentía conocido para mí. El cosquilleo llegó a mis manos, a mi nuca y a mis ojos. Estar ahí se sentía como algo propio y seguro.

—Este es tu hogar, el verdadero. —Theo se puso a mi lado mirando hacia la misma dirección que yo—. Aquí perteneces, no a ese aburrido lado humano.

Solo hacía falta mi familia y la felicidad hubiera sido completa.

—Ahora gírate y entra. —Theo puso su mano en mi espalda.

Al darme vuelta entendí a lo que se refería. La pared de piedra no sólo era una pared de piedra, detrás de esta, se alzaba una enorme construcción. No era un castillo como en las otras extensiones, sino que era una gran, grandísima mansión. Conté seis pisos, y el largo y ancho eran excesivos. Era majestuosa con su fachada entre crema y bordes dorados relucientes. Las casas de los famosos y millonarios quedaban pequeñas al lado de esta.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora