En la entrada, detrás del enorme portón de fierro abierto, como era de esperarse, aguardaban dos hileras de hummons. Todos vestidos con trajes formales corte pingüino en colores azul, gris y dorado. Todos impecables. Parecían maniquíes.

—Oh... —apenas logré emitir.

Con suerte recordaba mi nombre para entonces.

—Claire, en el momento que cruces esas puertas todo cambiará para ti —dijo Finn, quien llegó junto a mí antes de que me diera cuenta—. Será un poco abrumador, tal como cuando empezaste el viaje, pero no debes temer, naciste para esto y te aseguro que todos allá dentro te han estado esperando hace mucho tiempo. —Finn habló mirándome con sus ojos azul cielo, serio y tranquilo, como casi siempre. Se puso detrás de nosotros, al igual que Mike—. Buena suerte. Estaremos justo detrás de ti.

—Tendrás que entrar sola por el pasillo de bienvenida —explicó Theo, con expresión chispeante y una media sonrisa.

Eso era lo último que faltaba para que entrara en pánico.

—No te alteres —agregó como si leyera mi mente—. Los harás bien, estoy orgulloso de ti. —Me empujó más cerca de la entrada—. Párate en la entrada de metal y cuando comience la música, avanza hacia la puerta principal. Intenta no caerte.

Genial.

Theo me dio un irresistible guiño y eso hizo que me relajara un poco. Se posicionó al lado de Mike y Finn.

Miré hacia abajo, repasando mi imagen. No había mucho que hacer, después de estar en el bosque y vestida con ese traje gris horrible, no había arreglo. Iba a tener que entrar así. Semi cavernícola.

Me encaminé lo más firme que pude a la entrada dando una larga inspiración y agitando los dedos para alejar el cosquilleo.

Era el momento de enfrentar esto.

Una música tradicional de tonos altos y emocionantes llenó el ambiente.

Entonces di mi primer paso dentro.

Cuando mi pie hizo aquel pequeño pasito, todos los hombres de ambas hileras desenvainaron sus espadas y las pusieron en lo alto, formando un túnel con ellas.

Ya... Por supuesto.

¿Por qué todos en todos lados tenían que hacer las cosas tan estrafalarias?

Respiré otra vez, con la vista nublada por los nervios y seguí avanzando. Escuchaba los pasos y armas de mis tres guardianes, balanceándose a mi espalda y siguiendo mi ritmo.

Tragué saliva y me repetí a mí misma que no me detuviera. Me limité a mirar las espadas sobre mi cabeza y las caras estáticas de los hombres que formaban ese pasillo.

Cuando iba por la mitad, enfoqué la vista en la puerta al final del arco de espadas. Allí esperaban dos personas, un hombre y una mujer.

Al acercarme más y poder ver sus ojos, mi corazón dio un vuelco. Sabía quiénes eran, no tenía ninguna duda. Sus rostros me eran tan familiares que no cabía pizca de incertidumbre.

Eran mis... Mis abuelos.

Los ojos de mi abuelo eran azul oscuro. Un azul profundo lleno de vida que me recordó al mar. Su pelo denso y canoso estaba peinado hacia atrás.

Los ojos de mi abuela eran marrones, como los míos. Su pelo dorado era mucho más claro que el mío y el de mi madre.

Sus expresiones fueron indescriptibles. Solo con verlos hubo conexión. Eran mi familia.

El agua se acumuló en mis párpados a punto de derramarse. Me di cuenta de que apresuré el paso hacia ellos, pero no me importó.

Cuando estaba ya más cerca, el rey bajó los pequeños escalones, quedando a mi altura, y desde ahí no lo pude evitar, corrí. Me abalancé por todo lo que quedaba de camino.

Él me abrió los brazos. Vi la emoción en su rostro y lo abracé como siempre imaginé que sería abrazar a un abuelo: indescriptiblemente fortalecedor.

Mi abuelo me abrazó fuerte de vuelta. En el mismo abrazo, estiré un brazo para abrazar a mi abuela.

Los reyes de Atanea, reyes de los reyes de las extensiones del mundo, me recibieron no solo como un pariente o como alguien con quien comparten genes, sino que me recibieron con amor, como familia.

—Bienvenida a casa, pequeña —musitó mi abuela, con voz cariñosa y temblorosa. Se parecía a la de mamá.

El rey Archibald me soltó y me afirmó firmemente por los hombros, escrutándome.

—Siempre soñé con volver a verte. —Su cara llena de arrugas desbordaba orgullo y alivio—. Mi pequeña nieta, por fin estás acá, a salvo... Has sido tan valiente...

Mi abuelo negó, claramente emocionado.

—Yo... Esto... No puedo creerlo —balbuceé, paseando la mirada entre ambos—. Tengo abuelos maternos. De verdad que los tengo.

—Los tienes, corazón. —La reina Eloise puso su mano en mi mejilla mientras que con la otra se limpiaba las lágrimas. Me acarició por unos segundos antes de volver a hablar—: Entremos, dejemos la ceremonia hasta acá.

Mi abuela me rodeó cariñosa con su brazo y el rey caminó a mi lado tomándome una mano y escondiéndola entre las suyas. Pocas veces me había sentido tan pequeña y a la vez tan protegida.

—Ojalá mis papás estuvieran aquí y vieran esto... y mi hermano... y también Betty —comenté en un susurro lamentoso, extrañándolos. Deberíamos estar todos juntos.

—Haremos lo posible para que los veas pronto, mi preciada Claire —contestó el rey, tranquilo—. Quiero lo mismo, más que nada en el mundo.

Las dos enormes puertas principales se abrieron, y lo que había en el interior era aún más lujoso de lo que se veía por fuera. Había una enorme escultura de oro en el centro, era una mujer con una lanza.

—Sé que se ve mucho —repuso el rey, adivinándome el pensamiento y moviendo la mano en círculos hacia todos los adornos relucientes—. Pero no te emociones tanto, Atanea es el reino más antiguo y casi la mayoría son antigüedades que se han ido pasando de una generación a otra. —Sonrió tranquilizador.

—Por favor, acomoden al príncipe Finn en su suite de visitante —pidió la reina hacia el personal—. Theo Jatar y Mike Johnson pueden ir a sus hogares a descansar. Habrá una conmemoración para los tres héroes que trajeron a mi nieta a salvo —declaró hacia las personas que corrían de aquí para allá. Se veían más ansiosos que yo. Histéricos, mejor dicho.

Los reyes me miraban como si fuera la estrella de Belén, pero fueron interrumpidos por consultas del personal. Tenía tanto que preguntarles...

Me acerqué instintivamente a Theo, quien tenía una sonrisa torcida muy marcada.

Puso una mano en mi codo cuando estuve a unos pasos y me acercó más a él.

—Princesa, iré a firmar unos malditos papeles y a darme una ducha, porque ni algo tan perfecto como yo aguanta tanta mugre, y volveré por ti antes de la conmemoración, lo prometo. —Las palabras de Theo fueron cómplices. Luego besó mi sien apoyando la otra mano en mi mejilla.

—No te demores —le pedí cuando se alejaba.

Creo que me sentía como un pollo tímido.

Theo me miró por encima del hombro y le dio un rápido repaso a mi cuerpo.

—No lo haré. —Me guiñó el ojo antes de que se fueran por una de las puertas laterales.

—Claire, mi niña, tenemos tu habitación lista. La hemos preparado especialmente para ti –anunció el rey, sonriente y satisfecho—. Ven conmigo.

Como una niña pequeña, me fui caminando entre mis dos abuelos por una enorme mansión, rodeada de ojos expectantes del personal.

Después de tanto, por fin estaba en Atanea, la tierra de mamá... y la mía.


Nota: Una vez más agradezco de todo corazón a los que me leen, sus comentarios significan TODO para mí, me divierto mucho. Los quiere, Princess G-.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora