Capítulo 13: La Habitación 63

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En medio del nocturno firmamento, vislumbré a un ángel. De esos agraciados con cabellos dorados. Tenía un rostro candoroso y un cuerpo tan deseable que me sentía culpable por echarle un vistazo lujurioso a un ser celestial.

Sacudí la cabeza, tratando de ordenar mis pensamientos.

Un momento, dije en mi mente, los ángeles no usan anteojos, ni llevan aretes que perforan sus cejas, ni tatuajes recubriendo sus brazos.

Además, no se suponía que en el cielo hubiera edificaciones ni parpadeantes luces azules y rojas, ¿verdad?

El ángel extendió una mano frente a mí para que la tomara. Mis cerebro luchó para que mis brazos respondieran, pero se negaron a moverse. No tenía fuerzas. Entonces, sujetó mis hombros y me levantó despacio para evitar que me mareara.

Batallé para mantenerme sobre mis pies. El mundo lucía distorsionado y el suelo parecía girar.

Mi cara de confusión hizo que el apuesto rubio me sonriera cálidamente. Sus manos todavía me sostenían, manteniéndome erguida.

—Hola, muñeca, soy Gerardo Harris, pero todos me llaman Jerry. Sería conveniente si me llamaras Jerry —comenzó a divagar—. Porque, bueno, si me llamaras Gerardo, probablemente no reconocería mi propio nombre. Nadie me dice de ese modo. Aunque me han llamado de muchas formas, especialmente en los últimos días…

—Cállate —lo silencié.

Me miró con divertida sorpresa.

Mi cabeza dolía ante el más mínimo ruido.

Me di la vuelta, tratando de comprender lo que había ocurrido. Me encontraba en aquel mismo callejón donde había sido atacada por chupasangres. Descubrí a Colin caminando como borracho mientras se tocaba su cuello ensangrentado. Por instinto, me llevé una mano al cuello. Sentí sangre e incisiones profundas, que justo en ese momento empezaron a doler.

—Eh, Jerry —oí la voz de Damien.

Lo vi tendido en el suelo, intentando levantarse. Jerry extendió su brazo para ayudarlo.

Solo entonces me permití entrar en pánico.

—Oh, Dios —dije nerviosa—. ¿Me convertiré en vampiro? Mierda, seré un asqueroso chupasangre. No quiero estar muerta, no quiero ser una sanguinaria vampiro. ¿Durante el día tendré que convertirme en murciélago o algo? No estoy preparada para empezar a beber sangre. Eso es asqueroso, realmente asqueroso.

Me llevé los dedos a la boca, palpando mis dientes caninos. Al menos no parecían más grandes. Pero ¿qué pasaba si crecían cuando estuviese hambrienta?

—No, niña, ustedes no pueden transformarse en vampiros. Además, imagino que esta es su primera mordida. Eso no puede hacerles daño —alegó Jerry, lo cual no me dejó muy tranquila.

—Culpable —intervino Damien después de aclararse la garganta—. Esta es la segunda vez en la vida que me muerden.

—¿Te han mordido más veces? —chillé, abrumada, sin entender demasiado del tema—. ¿Te convertirás en vampiro? ¿O es que ya eres uno? Claro, es por eso que eres tan sospechosamente atractivo y condenadamente sexy —me ruboricé tan pronto como esas palabras abandoraron mi boca. ¿Cuándo aprendería a no decir todo lo que pensaba? Discretamente, Damien me arrojó una mirada astuta—. ¿Y quién demonios eres tú? —le pregunté al muchacho desconocido—. ¿Y de dónde salieron esos? —señalé hacia un par de policías que estaban tumbados como muertos cerca de una patrulla, cuyas luces giraban creando un resplandor azul y rojo en el entorno.

Fue Damien quien respondió.

—Jerry es mi amigo fanático de los chupasangres. No sé quiénes sean esos dos —apuntó con su barbilla a los oficiales—, pero qué suerte que están dormidos. Y no soy un vampiro. Espero nunca convertirme en uno.

El Hotel NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora