Capítulo 8: La culpa y la muerte

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Mi saliva se sentía tan espesa que apenas conseguí tragar.

Me di cuenta de lo compleja que es la perspectiva. Para la mayoría de las personas, la soledad resultaba atroz. Para mí, en cambio, que estaba acostumbrada a la compañía, un breve tiempo a solas y en silencio podía convertirse en mi refugio. Realmente lo disfrutaba, como una buena limonada en medio de un día de verano.

Al igual que para otros, el miedo podía ser letal. Mientras que para mí, era excitante, como ir a dar un divertido paseo en la montaña rusa. Primero la lenta subida, la intriga. Quieres que la bajada llegue, pero a la vez no. Y, cuando desciendes a toda velocidad, solo cierras los ojos, esperando que todo pase rápido. Sientes que tu sangre hierve, que tu cabello revolotea y que tu corazón se acelera, cosquilleando en tu pecho. Y por eso sabes que estás vivo.

Ese mismo sentimiento era el que me hacía pensar disparates en momentos como ese. Si se trataba de sentirse vivo, en ese instante me estaba sintiendo así, incluso cuando estaba a punto de morir, o al menos eso creía.

Bajo los destellos radiantes de la ciudad, vislumbré la austera mirada de Damien. Podía imaginarlo viniendo hacia mí con un cuchillo, dispuesto a atravesar mi corazón.

—Y, ¿qué es lo que estás a punto de hacerme? —pregunté, tratando de mantener un tono neutral.

En menos de un segundo, Damien se acercó tanto que pude percibir el exquisito perfume de su piel. Un apetitoso aroma a especias picantes y dulces.

—No te lo diré —gruñó con desdén.

—¿Por… qué?

—Porque no quiero hablar.

De pronto, sus labios se apoderaron de los míos. El primer contacto fue suave y extremadamente caliente. Sentí su cuerpo cerca del mío mientras mis rodillas se debilitaban. Mi estómago revoloteó con una increíble sensación que nunca creí que podría llegar a sentir.

Mariposas.

Un cosquilleo se extendió desde mi vientre bajo hasta lo más alto de mi pecho. Sus poderosas manos sujetaron mi nuca, sus labios ardían sobre los míos. Me quemaban. Maldije en mi mente por no saber cómo responder a su beso, pero él fue muy astuto al guiarme, haciendo que me perdiera en su boca. Succionó mi labio superior, permitiéndome mordisquear su labio inferior.

De forma inesperada, se separó apresuradamente de mi boca, retrocediendo unos pasos. Nuestros ojos se encontraron en una intensa y penetrante mirada. Observé sus labios a escasa distancia, anhelando lamer ese pequeño lunar que los adornaba. Mi piel ardía con un fuego febril. ¿Acaso estaba incendiándome?

Escuché su respiración fluctuante por unos instantes antes de mover mis manos hacia la parte de atrás de su cuello. Y me paré en las puntas de mis pies para besarlo una vez más.

Él me correspondió, agachando la cabeza y separando ampliamente los labios. También abrí la boca para que nuestras lenguas se encontraran. Éstas se movieron una contra la otra, brindándome un profundo calor húmedo. El interior de su boca tenía un delicioso sabor, exquisito como miel picante derramándose en mi garganta. Mis labios picaban intensamente, mi corazón dolía por el exagerado esfuerzo que hacía al palpitar a semejante velocidad. Necesitaba más de su boca, de su contacto y de su feroz roce.

Sus manos descendieron hacia mis caderas, empujándolas contra las suyas. En ese momento, el fuego se intensificó. Apreté mi pecho contra el suyo, entrelacé mis dedos en su pelo y él… gimió en el interior de mi boca. La vibración del sonido dentro de mí causó un impactante hormigueo en cada parte de mi cuerpo. Me encendí como una chispa al oír aquel excitante sonido ronco de placer brotando de su garganta. El beso fue salvaje, apasionado, con movimientos impacientes.

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