Capítulo 9: Ellos o Nosotros

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En ese momento, las palabras de Damien no tuvieron efecto en mí, no reparé en lo que significaban. Sin pensar, instalé mis manos en su pecho, porque deseaba tocarlo. Su mirada era furiosa, llena de cólera.

—Me siento mal —balbuceé, aplastando mi cara contra sus pectorales—. Creo que estoy enferma.

—¿Quieres que te lleve a la cama?

—Pervertido. —Me reí atontada.

—Oh, Ania —suspiró, hastiado. Me agarró del brazo con brusquedad para arrastrarme hacia las sombras familiares del hotel. Cuando halló a Colin, le informó—: Tu hermanita ha vuelto, hombre. Creo que consumió xerrys, y estoy seguro de que estaba con Adrien.

Tan pronto como la mirada de Colin se encontró con la mía, reconocí la decepción en sus ojos. Probablemente, nunca antes se había sentido tan decepcionado de mí. Creí que empezaría a gritarme, pero en cambio, exhaló con cansancio. Y ahí estaba de nuevo esa frase:

—Oh, Ania —me sujetó de los hombros, obligándome a tumbarme sobre el sofá—. ¿Por qué diablos haces esto? ¿Recuerdas que te dije que no pensáramos en mamá nunca más? Bueno, ahora me retracto. Piensa en ella, piensa en lo decepcionada que estaría ahora mismo de ti.

—Deja de hablar de mamá, deja de hacerlo —le rogué.

Igual que una niña, me cubrí los oídos con las manos. Cole me obligó a mirarlo, sosteniendo mi cara.

—Mírame, mírame, Ania —estaba iracundo—. Tú y papá son la única familia que tengo. ¿Cómo crees que me sentiría si te pasa algo, si te pierdo? Me da miedo que termines como Darren por querer ser una niñita rebelde.

Grité, frustrada.

—¡Ya basta! Déjenme en paz, no quiero que me hablen. No quiero que nadie me hable. —Corrí directo hacia mi habitación. Miranda, que apareció de repente, me detuvo antes de que pudiera cerrar la puerta—. Suéltame —me quejé cuando se enganchó a mi brazo.

—Espera, ¿quieres hablar?

—Quiero que te vayas.

Cerré la puerta en su cara.

Un intenso dolor de cabeza me asaltó, haciéndome caer de rodillas en el suelo. Sostuve mi cabeza entre mis manos, doblándome por el dolor punzante en mi interior. Lamentos escaparon de mis labios mientras me arrastraba hasta la cama. Advertí el modo en que las luces empezaban a recuperar su color normal y los pensamientos volvían a inundar mi mente, atormentándome. El efecto de los xerrys estaba menguando. Comencé a marearme, difícilmente conseguía mantenerme erguida. Todo se volvió borroso, como si mirara a través de un vidrio empañado.

A rastras, me desplomé sobre mi cama. Me quité el abrigo al tiempo que exploraba los bolsillos en busca de esas pastillas dulces, deliciosas y azules. Cuando las encontré, me comí unas cuantas más, desesperada por apagar la sensación de dolor. Gemí, retorciéndome entre las sábanas.

Damien entró en la habitación.

—La puerta… pudiste haber llamado antes —me quejé en medio de lamentos.

Damien apretó los labios mientras observaba los envoltorios de los xerrys esparcidos en la cama.

—Dame todos los que tengas.

Se arrodilló en la cama y recogió todos los que encontró.

—Devuélvemelos —repliqué mientras las luces y colores invadían los bordes de mi visión.

—¿Tienes más que estos?

Lloriqueé. Sentí que mi cabeza explotaría, que mis brazos y piernas eran de plomo.

El Hotel NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora