Capítulo 6: Cuentos de hadas

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—Te dije que te movieras, Susan —rebatí mientras me incorporaba—. ¿Ahora dejarás que me vaya?

Sus ojos se comprimieron de odio. Lo peor era que yo aún sentía una vorágine de náuseas y sospechaba que me desplomaría en el suelo.

—No sueñes que vas a salir ilesa de esto —rumió. Hablaba con los dientes apretados, colérica como el mismo demonio—. ¡Hiciste esto a propósito!

La ignoré, moviéndome para escabullirme. Entonces, me embistió con una increíble fuerza.

¿Susan? ¿La rubia que no movía un dedo por sí misma? ¿Acababa de empujarme con la fuerza de un chico?

Di un traspié antes de caer sobre mi trasero. La furia me sacudió violentamente, se me subieron los colores al rostro. Esa…

—¡Zorra! —clamé, lanzándome sobre ella antes de tomar su cabello dorado entre mis dedos.

Ella chilló mientras rodábamos por el suelo. Sentí cómo tiraba de mi pelo al tiempo que me arañaba con sus largas uñas manicuradas. Ambas proferimos insultos, toda clase de palabrotas y maldiciones. Cuando estuvimos demasiado cansadas, con nuestros rostros repletos de rasguños, nos detuvimos. Jadeamos, iracundas, viéndonos con aversión. Me levanté.

Como mi atuendo se había ensuciado con el polvo de la alfombra, lo sacudí, al tiempo que fruncía el ceño y apretaba los labios. Aún ansiaba continuar golpeándola, con los puños. Pero me retiré, caminado lejos de la insulsa rubia.

De repente, algo atrapó mi muñeca, empujándome hacia atrás. Casi me caigo. Susan carraspeó y la miré. Ella me retenía, enganchando con un dedo el brazalete de oro que rodeaba mi muñeca. Abrí los ojos ampliamente, alarmada de lo que pudiera hacer.

—No te irás tan pronto, mocosuela —me desafió.

—Suelta eso, Susan —le pedí en voz neutral, sin amenazas. Estaba más bien intentando sosegarla.

—¿Qué? ¿Esto? —tironeó un poco más mi pulsera. Su cara era perversa al igual que esa fingida voz aguda—. ¿Por qué? ¿Quién te la ha regalado?

—No es tu problema, Susan. Déjame ir y suelta eso.

—Arruinaste mis zapatos nuevos, es justo que arruine algo tuyo también, ¿no?

—No te atrevas —esta vez soné desesperada.

Con un tirón brusco, la cadenilla de oro se fragmentó en dos. Mis ojos se empañaron al ver el brazalete hecho añicos balanceándose entre su dedo pulgar e índice.

En un arranque de odio, la empujé de nuevo. Por último, le arrebaté la pulsera centelleante de las manos, utilizando la poca fuerza que me quedaba.

—¡Estás loca! —vociferé de manera desenfrenada. Mis gritos sonaron igual que chillidos roncos—. ¡Es la pulsera de mi madre! Susan, ¡es de mamá!

Momentáneamente guardó silencio, como si reconsiderara lo que había hecho. Mientras que a mí la furia me consumía y los recuerdos desgarraban una parte de mi ser.

—Pues pídele a tu mami que te dé otra —arguyó, cruzando los brazos en su pecho presuntuosamente.

La embestí una vez más mientras mi cara se llenaba de lágrimas.

—¡Mamá está muerta! —protesté con la voz hecha un lío, como una maraña de sonidos agudos y roncos que se negaban a brotar fuera de mi garganta.

Mi cara ceñuda estaba deformada por el resentimiento, mis ojos entrecerrados y húmedos, mi mandíbula tensa por apretar los dientes y mis puños cerrados, resguardando los restos del brazalete de mamá.

El Hotel NightmareWhere stories live. Discover now