Intentando lavar todos sus males, caminó lentamente bajo la ventisca, dejándose empapar con aquella estela cristalina que el cielo despedía. Se sentó en la escalinata y dejó el arco suspendido entre sus rodillas aún agarrado a su mano. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia y la tempestad con la tormenta de sus sentimientos, solo rezaba.

Clamaba a Dios porque dibujara su nombre entre los caminos y que le avisara de manera firme que Amelia ya no era su destino, pero aún así dolía. Quemaba como el acero fundido, tan lejos suyo y tan cerca en el plano físico.

Un violento rayo iluminó por completo el cielo, sorprendido por el impacto de esa centella elevó la mirada, solo para morir en ese mismo momento. Una silueta lo contemplaba desde la seguridad de su ventana, aquella figura femenina que sin verla la reconocería a base de su gracia. Amelia lo miraba, hasta juró que apoyó una de sus manos contra el cristal, como uniéndose a través del vidrio en su pesar. Ella no lo había olvidado, lo sabía. En cierta parte ella era la que más sufría de aquel encuentro, después de todo el mismo se había ganado todo eso.

La observaba como deseando que sus palabras llegaran a ser escuchadas por ella.

—Sé que no le tienes miedo a la lluvia, aprendiste a caminar bajo tormentas... Ven conmigo, solo por esta noche, un instante o un segundo... No importa, solo ven...—

—Daría mi vida entera por un último beso, moriría feliz y alegre marcharía a cumplir mi condena hacia el infierno... Una última vez, una última canción...—

—Te amé... Te amo... Te amaré, aunque me odies jamás lo entenderé—

Cuando pensaba que Dios nuevamente le había devuelto su gracia, ella cerró la cortina, sacándolo de su fantasía de alguna vieja película de romance. Ella corriendo a sus brazos buscando reconciliación bajo la lluvia, gritando su amor y necesitando ternura. Lo sabía, eso jamás pasaría.

... ... ...

—Tomás—

—¿Tomás?—

—¡Tomás! Sé que estás despierto no te salvarás de mí—

La voz de Augusto contra la puerta de la habitación que hasta hace poco ambos habían compartido, retumbó. No quería verlo, pero supo que su cambio de animo respecto a su único amigo en el mundo sería bastante evidente, resoplando, abrió el portal intentando que sus ojos comunicaran su cansancio.

—¡Buenos días! ¿Listo para el recorrido?—

—No... No lo sé, hoy no Augusto, no me siento bien—

Preocupado, el doctor elevó su visión ante los ojos de su compañero. Vislumbrando las ojeras que éste cargaba —Veo que no has dormido bien, vamos, te animará—

Dándose por vencido ante la tenacidad de aquel hombre comprendió que el no entendería un no como respuesta. —Está bien... ¿Quieres un poco de café?—

—Si, claro—

—Entonces pasa—

Permitiéndole la entrada, ambos nuevamente se localizaban en el viejo dormitorio donde nació su amistad. Augusto, por inercia, se sentó al margen del mesón principal viendo como su compañero organizaba unos cuantos papeles. Por curiosidad observó su antigua cama, en ella ahora un nuevo cuerpo yacía.

Prestándole atención y sonriendo, supo rápidamente que aquel instrumento era el que Tomás guardaba con tanto recelo. —Por fin lo conozco—

Tomás giró su cabeza, comprendiendo a lo que su amigo se refería. Sin darse cuenta había dejado su chelo fuera de su estuche. —Ah... Si, estaba afinándolo—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Where stories live. Discover now