ᴏɴᴄᴇ

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Iván cumplía en verano, concretamente el 10 de agosto. Ese día ya se encontraba en Noruega, disfrutando de Oslo. No estaba todo cubierto de nieve, ni mucho menos, como suele pasar en verano, la nieve se derritió.

Noruega no se parecía a Madrid, a primera vista pueden tener algo en común, pero si se indaga, como Iván sabía, era fácil diferenciarlas.

Iván tendía a ser introvertido, una mera persona en una sociedad inmensa. No por ello no exploró la ciudad con sus padres, sino todo lo contrario. Absorbía todo lo que sus sentidos procesaban, el olor de la ciudad, los ruidos y sonidos, las caras de las personas...

Hubo alguien, solo una persona, que captó su atención como nadie en ese país lo había hecho. Una artista callejera, con una sonrisa en la cara, pintando el paisaje.

El primer día que se percató de la mujer con ropas manchadas de pintura, quien rondaba los sesenta años de edad, Iván no hizo nada. Se limitó a observar y a ser otra de las insignificantes personas que paseaban, esperando en lo más recóndito de su mente, ser reflejadas en el cuadro, aunque fuera solo un trazo, una sombra.

Varios días más tarde, Iván pasó al lado de un río no muy cerca del centro de Oslo, y vio otra vez a aquella artista, esta vez con una espátula en la mano, pintando con trazos lentos el curso del arroyo. Se encontraban en un lugar lleno de plantas de todos los colores, aunque ningún animal se dejaba ver.

Esta vez Iván se apartó de sus padres y se acercó a la señora, que seguía sonriendo, como si eso la llenase.

—¿Puedo?— Iván esperó a recibir un asentimiento de cabeza, o algo similar, que le indicara que podía curiosear en el maletín de pintura al óleo que se encontraba al lado del caballete. Ella no le miró, le ignoró y siguió pintando, si percatarse de su existencia. El chico entonces tocó levemente el hombro de la mujer, quien se giró hacia él.

—¿Puedo?— Iván repitió esa palabra, y la mujer asintió con la cabeza. Los padres de Iván se quedaron al margen observando a su hijo desenvolverse. Esto lo preguntó en español, a pesar de no encontrarse en la península.

—¿Quieres pintar conmigo?— preguntó la mujer con cierta lentitud en la voz. Iván asintió frenéticamente con la cabeza, la verdad es que le encantaba la pintura. Aquella mujer, resultó ser española, una coincidencia más en el camino  del destino. —Me llamo Clara, ¿y tú? —El chico se presentó y Clara le dio un pincel, indicándole como debía de pintar el árbol más cercano a ellos.

—¿Qué hago para seguir? — Clara frunció el ceño.

—Perdona, ¿has dicho algo? Mírame, sino no te puedo contestar. Soy sorda, chico.— Iván se sorprendió, no pensaba que alguien sordo hablará tan bien, pero claro, tampoco había conocido a nadie sordo. Iván se giró hacia ella y repitió la pregunta.

El cuadro progreso en muy poco tiempo, con dos personas pintándolo y los padres de Iván ahora sentados en un banco cercano, observaban como su hijo y aquella pintora hablaban, con tranquilidad.

—Llévate el cuadro, yo no lo necesito—Clara entregó a Iván el paisaje firmado por los dos.

—Gracias, ha sido divertido— Iván hizo un signo de agradecimiento en el lenguaje de signos español, el cual le había enseñado la mujer.

—¿No echas de menos el sonido de los pájaros, o escuchar tus canciones favoritas? —Ivan sentía curiosidad por esa mujer. Era diferente al ambiente de prisa e ignorancia que parecía que se había asentado en la sociedad.

—Pues claro que lo echo de menos, pero, siempre puedo imaginar, eso es lo mejor de todo. —Clara sonrió de nuevo, y algunas arrugas se le crearon alrededor de los ojos.

—No eres tan diferente como pensaba. Tampoco había conocido a nadie sordo.

Si que lo soy, pero hay personas que saben ver, en vez de las diferencias, las similitudes entre las personas, y eso, es algo muy valioso. Consérvalo. Adiós, Iván. —Clara recogió todo y se marchó, dejando al chico al lado de sus padres, con una sonrisa en la cara.

Algunos días después, Iván volvió a su casa en Madrid, siendo mitad de agosto, para luego irse a su pueblo, en Galicia, donde suspiró por volver a ver la nieve y los campos noruegos alguna vez.

Porque, aunque esta es una anécdota importante e la vida de Iván, no es la única, ni mucho menos. 

Vi-tí-li-go {Enfermos I}Where stories live. Discover now