―Límpiate, te espero fuera―dije tras un carraspeo que eliminase cualquier emoción en mi voz.

En el exterior permanecía la tensión gobernada por el silencio. Cian me acompañó poco después, justo cuando el palito humedecido se encendía con una luz verde que confirmaba el embarazo. Tiré el palito y reaccioné a tiempo para agarrar a una ninfa furiosa que casi se estampa contra la embarazada.

― ¿¡Tanto asco os doy que ni siquiera queríais usar los condones que os regalé!? ―explotó dando puñetazos al aire y forcejeando con mis brazos―. ¡Os odio! ¡Deberíais estar muertos!

―Yunie, calma―susurré contra su melena ondulada.

― ¿¡Por qué habéis venido!? ¡Estamos mejor sin vosotros!

Los gritos de Yunie alcanzaron una nota tan aguda que me hizo apretar los dientes. Cian volvió al lado de Takeo y ocultó su rostro contra su pecho. Él envolvió a su novia con un abrazo mientras observaba con impotencia como el perímetro que nos separaba volvía a activarse.

―No deberíais estar aquí―la voz de Hila sonó autoritaria. Comprobó los ánimos de los compañeros que la rodeaban con un leve vistazo antes de bufar con cansancio―. Por favor, será lo mejor para todos.

―Sé dónde está, Shiruke.

Takeo alzó la voz erizando mi piel. Dejé a Yunie en el suelo ahora que toda su ira se había desmontado en un llanto desconsolado y volví hacia el amigo traicionado cuya arma palpitaba en un temblor indeciso.

―Sé las coordenadas, puedes encontrar a Bright―insistió Takeo.

―Tío, basta. Vete―ordenó Ritto crujiendo sus nudillos.

― ¿De verdad? ―susurró Shiruke.

―Es una trampa, imbécil―bramó Sairu.

―De verdad, Shiruke, créeme, quiero ayudarte.

―Te voy a golpear con tu feto nonato―murmuró Eito. Arqueé una ceja al instante, aquello me pareció desproporcionado hasta para mí.

―Mira, se acabó. Tenéis diez segundos―la voz de Sairu acompañó al pitido de sus armas cargando munición―. Tontopollas, apunta tú también.

―Sí, mi ama―respondió Saichi sin mostrarse ofendido por el insulto.

No podía dejar de observar la figura de la pareja encogida tras la luz azulada de nuestro escudo y los punteros rojos sobre sus frentes. Dos segundos tardó Takeo en alzar su mano hacia Shiruke y apretar el abrazo con Cian.

―Está bien, nos vamos.

Volteó a Cian en el aire y emprendió una huida veloz que agitó la densa humedad del ambiente. Los pitidos de las armas se durmieron en el aire y volvieron a mí todos los sonidos de animales nocturnos que acompañaron a los murmullos provocados por aquella inesperada visita. Atravesé esas voces sin digerir ni una sola palabra y alcancé el hombro de Shiruke para agarrarlo con fuerza.

― ¿Estás bien? ―le pregunté con mi tono más afable.

Su mirada azulada estaba firme, letal. Parpadeó ligeramente y su rostro se deshizo en un temblor de mejillas antes de poder responderme.

―Se me pasará.

Devolvió su pistola al ordenador de su antebrazo y respiró tan fuerte por la nariz que enfrío las gotas de sudor que resbalaban por mi pecho. Tras unos minutos de brazos cruzados e intercambio de palabras cada cual volvió a su guarida. Me sequé con una toalla toda la humedad que se había adherido a mi piel para después quedarme absorta en sus costuras. Ritto me la arrebató con cuidado de entre las manos, aun así me sobresaltó.

Ryu; Retorno (2)Where stories live. Discover now