—Salió mejor parado que todos, casi no tiene rasguños. Está recorriendo el perímetro para saber hacia dónde es más fácil huir. —Su expresión se volvió más seria y cortante—. Debemos sacarte de aquí. Los lumbianos que estaban en el perímetro de Atanea fueron los que atacaron el avión, seguramente solo por cortar suministros. Se suponía que era una ruta segura. Pueden llegar en cualquier momento. Ven, párate, necesito revisarte ahora. —Finn se levantó extendiéndome su mano.

—Dónde... ¿Dónde está el resto?

La realidad aún me aturdía y tenía el rostro empapado por la lluvia. Me castañeaban los dientes por el frío. Tenía un bombardeo en mi cabeza mientras intentaba respirar hondo para que mis neuronas hicieran sinapsis y pudiera pensar.

—Se fueron hacia el sur, para despistar a los lumbianos —explicó, como si estuviera diciendo algo totalmente obvio—. Cuando se dieron cuenta de que te sacaba de la parte de carga... enloquecieron. Después de insultarnos por haber sido tan irresponsables de venir, no dudaron en ponerse en marcha para ayudar.

Finn miró hacia una silueta inmóvil a unos cuantos metros de nosotros.

—Ese herido fue el único que no sobrevivió, el piloto realmente se lució en aterrizar el avión.

—Pero Finn..., hay una persona muerta... —balbuceé.

El agua corría por mis mejillas. Estaba abrumada. El avión se había caído, había un muerto, los lumbianos estaban cerca, los demás se habían marchado para hacer de carnada y distraerlos. Por mí.

Agité mi cabeza.

—Es demasiado. Esto no puede ser real. —Negué con la cabeza—. Tanta destrucción, enemigos, guerra, muertes... —dije en un sollozo estrangulado, rodeándome las rodillas con los brazos.

—Claire, siempre hay muertes en la guerra, es inevitable −explicó firme, como si quisiera hacerme reaccionar—. Lo importante es recordar por qué luchamos.

Posó su mano en mi barbilla y la levantó de manera lenta. Luego agarró mis dos manos y me puso de pie de un tirón.

—¡Claire! —Una voz se aproximó. Era Mike—. Joder, por fin despertaste. Tenemos que irnos de aquí. —Mike llegó a mi lado, me dio un fugaz abrazo y luego me chequeó rápido con la mirada—. Estamos en lo alto de un valle y pude ver señales de humo a lo lejos. Deben ser campamentos lumbianos, no deben estar tan cerca. Iremos hacia el oeste. Atanea no está a más allá de treinta kilómetros.

—Parece que estás bien —concluyó Finn, luego de hacerme un chequeó físico al cual no había ni siquiera prestado atención. Me dolía todo. Y nada estaba bien—. Mike, unos rifles sobrevivieron, ve por ellos. Iremos por el interior del bosque.

—Toma, Claire, estás helada. Cámbiate. —Mike me extendió lo que parecía un enorme impermeable medio roto.

Me quité rápido la sudadera mojada que tenía encima y me puse el impermeable, lo cual me confortó. Aunque era extremadamente grande (el borde inferior me llegaba a las rodillas), hizo que dejara de temblar.

Con las manos en los bolsillos de chiporro, con múltiples dolores a lo largo de mi cuerpo, y junto a Mike y Finn que llevaban armas cargadas colgadas de sus hombros, nos interiorizamos al bosque.

Archibald Relish, Rey de Atanea

—¡Libérenlo ahora! —ordené a dos miembros del Consejo: Robben y O' Ryan.

Mi mano derecha, Arturo Jatar, estaba a unos metros, tenso y en silencio.

—He dicho que liberen a Theo Jatar en este preciso instante —impuse con la autoridad que me correspondía.

Atanea I: Heredera doradaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang