Capítulo 23: Nada que no haya superado antes.

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Estaba triste, si tuviera que describir su estado de ánimo en una sola palabra, esa seria "miserable", incluso ya sabía cómo escribirla. Se sentía miserable, deprimido, a veces incluso iracundo, sentía que nada de lo que hacía en su vida, lo hacía bien. Estaba rodeado en esos momentos de gente exitosa, gente que servía para algo, personas de bien, inteligentes, morales y empeñosas. No podía dejar de mirarse a sí mismo y sentirse poca cosa, disminuido y envidioso, porque a él la vida no le había dado las oportunidades que otros tenían ¡Es más, la vida no le había dado una sola oportunidad! Estaba rodeado con gente que lo hacía todo bien, y luego se analizaba él mismo, odiándose por que incluso para solucionar una situación, debía arruinar otra.

—Estoy un poco ofuscado ¿Me puedo retirar? —Pregunto refregando sus ojos en un vano intento por no largarse a llorar.

Clarissa levanto sus cejas y le observo con una mueca pensativa. No podía negarlo, reconocía en ese muchacho la frustración, sabía además que necesitaba un tiempo a solas, y que de esa manera tampoco lograría entender nada de su clase, finalmente por eso asintió y le dejo marchar. Castiel no dijo nada, solo se levantó del asiento y se despidió meditabundo.

En esas semanas había logrado entender que el tiempo no cura todas las heridas, a veces hace todo lo contrario, abre la carne y echa sal encima de ellas. Así lo sentía el, desde muy pequeño había trabajo, se la llevaba vendiendo dulces, ayudando a su pá y cuidando a su hermano, luego su amado padre falleció, y fue él quien tomo su lugar, siempre de aquí para allá, levantándose temprano, acostándose tarde, juntando monedas para fin de mes y cuidando a su famélico hermano. Sin tiempo para él, sin tiempo para pensar, sin tiempo para lastimarse. Ahora por el contrario cada minuto de su inútil vida lo gastaba pensando en cómo hundirse más en su miseria.

—Dios santo ¡¿Que estoy haciendo?! —Se preguntó a si mismo hundiendo la cabeza entre sus piernas. Ni siquiera había notado el momento en que se dejó caer sobre el fresco césped recién regado. —Mi pá estaría decepcionado, —aseguro limpiando sus lágrimas. —Yo estoy decepcionado. —

En esos dias se había dado cuenta de que la única cosa para la cual él era bueno es aguantar, podía aguantar muchas cosas, la muerte de su padre, la enfermedad de su hermano, vender su cuerpo, hacer de incubadora, humillarse por unas monedas, bajar la cabeza ante cualquier persona con más derechos que él, podía aguantar las burlas, podía aguantar la pobreza y el hambre, los sacrificios, la falta de oportunidades, pero, ¿hasta qué punto es capaz de aguantar el cuerpo humano?

—¿Qué haces allí? Esta mojado. —Una voz potente y conocída resonó frente a su cuerpo. No quiso levantar la cabeza, no lo necesitaba, después de todo sabía muy bien quien era el dueño de esas palabras.

—Ya estoy mojado, —respondió aun con la cabeza entre sus rodillas, encogiéndose un poco de hombros, resignado, después de todo no había diferencia. Oyó la fuerte respiración de Christopher, sabía muy bien que el empresario tenia mala paciencia, aun así no se movió un solo centímetro de su lugar. En esos momentos no estaba de ánimo para complacer al gran Christopher Owen.

—Bien, entonces con permiso. —Los pasos se acercaron y luego entre sus piernas pudo observar los lustrosos zapatos de cuero italiano que lucía el vanagloriado inversionista. Christopher bajo hasta su altura y luego levanto su rostro desde la barbilla. —¿Qué es esta vez? —Pregunto con sus ojos verdes y poderosos posados sobre su figura. —¿Es por qué tu hermano sigue en el hospital? Sabes que el estará mejor allí, hay personas que lo cuidan bien y... —

—No es por eso, —corto negando con la cabeza, levanto la vista para fijarla sobre los angelitos desnudos en aquella fuente que tanto le gustaba. —Supongo que son la hormonas, —respondió con una sonrisa torcida y sus ojos anegados en lágrimas.

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